Me decía: ‘Vieja inútil, ¿cuándo te vas a morir?'”. Sofía llegó a tener miedo de que su propio hijo la matara, pero le costó mucho tiempo animarse a hablar. Fueron casi tres años de callar, aguantar y ocultar.
“Hace cuatro años, mi hijo se separó de la esposa y se vino a vivir conmigo. Se había quedado sin trabajo y estaba muy deprimido. Lo recibí con los brazos abiertos”, cuenta Sofía, de 72 años, viuda y también con una hija. “Él siempre tuvo mal carácter -continúa-, tenía ataques de ira por cualquier motivo. Luego de un tiempo de convivencia, su estado de ánimo empeoró, hasta le molestaba que me acerara a hablarle. Un día, pasó al insulto. Además, empezó a tomar alcohol y dejó de buscar empleo. Salía y cuando volvía llegaba borracho y me gritaba”.
Todo eso vivía Sofía. Pero el maltrato no quedó solo en palabras. Al tiempo, empezó a dejarla encerrada cuando salía a tomar. “Mi hija no sabía nada, no quería preocuparla. Además, yo no quería irme porque mi hijo no tenía trabajo. ¿De qué iba a vivir?”, explica. Por entonces, no sabía que este era solo el comienzo de una pesadilla.
Lamentablemente, su historia no es un hecho aislado, todo lo contrario. En nuestro país, son muchos los adultos mayores -en especial, mujeres- que padecen diferentes formas de violencia, desde la física y más visible, hasta la estructural y más silenciosa.
En la ciudad de Buenos Aires, el Programa Proteger recibió, en 2018, 1069 denuncias. “En el 70% de los casos los agresores son familiares directos. En relación a las víctimas, el 81% son mujeres y el 19%, varones”, detalla Alejandra Vázquez, psicóloga y coordinadora de este programa perteneciente a la Secretaria de Integración Social para Personas Mayores del Gobierno porteño.
Eugenio Semino, defensor del Pueblo de la Tercera Edad, señala que atienden entre 300 y 400 casos por día de mayores que sufren violencia estructural por parte de organismos, familias o grupos sociales.
De las 48.820 llamadas que la línea 144 recibió a nivel nacional por situaciones de violencia el año pasado, el 5,9% correspondieron a mujeres de más de 60 años, casi 3000, según indicó el último informe del Observatorio de Violencia contra las Mujeres del Instituto Nacional de las Mujeres (INAM). En 2016, habían sido 1838.
Sofía había decidido soportar, sentía que tenía que hacer todo lo posible para mantener unida a su familia. “Un día, mi hijo llegó con mis nietos y me trató mal delante de ellos. Además, les ordenó que no me hablaran. Yo sufría mucho, pero supongo que lo hacían porque le tenían miedo al padre. Tiempo más tarde, me enteré que mi hijo también era violento con su esposa y que ese fue el motivo de su separación”.
Una de las características de la población adulta mayor es la feminización, a causa de los marcados niveles de sobremortalidad masculina. En el Censo de 2010, el 10,2 % de la población argentina era mayor de 65 años, es decir, 4.100.000 personas, de las cuales el 58% eran mujeres. A más edad, la prevalencia femenina aumenta. Entonces, ellas son las más vulnerables no solo por ser más, sino porque se trata de una generación que creció y envejeció en “un contexto social, económico y político patriarcal” y “tienden a mantener los roles y estereotipos de género que prevalecieron a lo largo de sus vidas”, según detalla el informe “Personas adultas mayores en situación de Violencia” del INAM.
Romper mandatos
El departamento donde vivían era de Sofía, pero su hijo le exigía que se fuera y la amenazaba con internarla en un geriátrico. “Yo compraba la comida, le tenía que cocinar, lavar la ropa y si algo no le gustaba, empezaban de nuevo los gritos, los insultos y el maltrato”, relata esta mujer, con profundo dolor.
Los especialistas remarcan que el maltrato se convierte en una realidad muy terrible, escasamente visibilizada, poco detectada o denunciada por las propias personas mayores o próximas a ellas, porque muchas veces prefieren padecer antes que acusar a alguien de su entorno.
Los días pasaron, la situación cada vez era peor. Una vecina quiso ayudarla pero Sofía negó todo. “Me obligaba a darle el dinero de mi jubilación y de la pensión. Hasta tuve que dejar de tomar mis medicamentos porque no tenía plata para comprarlos. Él se gastaba todo en alcohol”, cuenta. Un día, les cortaron la luz por falta de pago. “Él se enojó tanto conmigo que me empujó -recuerda-. Fue la primera vez que me pegó. A partir de ese día, empezó a decirme que me iba a matar y fue cuando comencé a temerle”.
Sobre este tipo de situaciones, Vázquez explica que, “muchas veces, los perpetradores de violencia son los hijos y los nietos de la víctima, porque la violencia es una conducta aprendida de modelos familiares, sociales y culturales”. Se trata de “una naturalización de la violencia durante todas sus vidas”.
Cuando Sofía le preguntaba a su hijo por qué era tan cruel con ella, él la hacía responsable. “Me respondió que le di una mala infancia porque su padre era muy violento conmigo y con él. Tal vez tiene razón, pero en ese momento yo estaba convencida que debía respetar lo que decidía mi marido. Las mujeres no podíamos tomar decisiones”, se lamenta.
La situación fue escalando en violencia hasta que un día las heridas de Sofía fueron visibles. “Fue cuando junté fuerzas y llamé a una compañera del centro de jubilados para que me acompañe a pedir ayuda. Me dolió mucho pero hice la denuncia y me fui a vivir a la casa de mi hija por un tiempo. Luego, excluyeron a mi hijo de casa y pude volver. Todos me ayudaron a darme cuenta que tengo derecho a vivir tranquila y sin violencia. Mi hija y mis nietos son mi sostén, pero tengo un gran dolor adentro mío y no pierdo la esperanza de que mi hijo cambie”, reflexiona.
Reconocerlos
“Cuando hacemos referencia a la violencia hacia las personas mayores, hablamos de un conjunto de conductas de abuso de poder que se pueden presentar a veces por acción, como pueden ser gritar, insultar, golpear y abusar económicamente; o por omisión, a través del abandono”, explica Vázquez (ver aparte).
Según la psicóloga, estas situaciones se presentan en el marco de una relación de desigualdad, donde el objetivo es someter, controlar y dominar a la persona mayor, es decir, que haga lo que no haría por su propia voluntad.
Los romanos hablaban de dos términos para definir violencia: vis absoluta o violencia física; y vis compulsiva o intimidación, que se refiere a la violencia psíquica y moral. “El famoso psicoanalista Fernando Ulloa llamaba a esta última la violencia dulce. Es la que no se ve. Es la falta de reconocimiento del derecho, la falta de contención y comprensión desde la sociedad o desde las estructuras familiares”, explica Semino. El defensor de la Tercera Edad detalla que “es la violencia más extendida sobre el adulto mayor” y que se manifiesta desde el ingreso insuficiente y el no reconocimiento de sus roles, hasta tener que hacer tareas contra su voluntad para poder subsistir.
Por su parte, Sergio Costantino, secretario de Integración Social para Personas Mayores del GCBA, sostiene que hay que lograr cambiar la mirada que la sociedad tiene de las personas mayores, y la que los propios adultos tienen de sí mismos. “El cambio busca fomentar la productividad y la integración, aprovechando el valioso conocimiento y la experiencia adquirida por las personas mayores a lo largo de los años”, señala.
“Cuando vemos que un jubilado o pensionado no llega a cubrir un tercio de su canasta básica de necesidades, tenemos un gran problema. Y lo peor es que la sociedad va naturalizando estas cuestiones, provocando la gerascofobia, es decir, un miedo no explícito al envejecimiento porque la imagen del futuro es la de esa decadencia, esa exclusión a la cual supuestamente vamos a ser sometidos, según los actuales parámetros sociales”, advierte Semino.
Señales de alerta
Existen diferentes indicadores que pueden alertar sobre el maltrato, ayudan a prevenirlo o a ponerle fin.
- Una de las señales más evidentes pueden ser los moretones o lastimaduras. “A veces cuando la víctima se atiende en una guardia médica dicen que los golpes se produjeron por una caída y no es verdad, por eso es muy importante que los profesionales del área sanitaria reciban capacitación para que puedan detectar estas situaciones a tiempo”, dice Alejandra Vázquez, coordinadora del Programa Proteger.
- Otro aspecto son los cambios bruscos del estado anímico o en el comportamiento cuando el perpetrador está presente; que tenga muy baja autoestima o que demuestre miedo hacia algún familiar o cuidador.
- Hay varios indicios que pueden ayudar a diagnosticar una situación de violencia. “Otra alerta puede ser cuando la persona está en una situación de abandono, cuando la forma en la que vive no condiga con sus ingresos, o cuando el cuidador o familiar se muestren hostiles frente a la presencia de profesionales o médicos que sí quieren asistir a la persona mayor”, agrega la especialista.
- Por ejemplo, si se trata de abandono o negligencia se puede observar si hay mala nutrición, falta de acceso a medicamentos, deshidratación o mala higiene personal o de la casa.
Las formas de la violencia
- Sometimiento psicológico: la más cotidiana y denunciada. Son un conjunto de conductas de abuso de poder que buscan someter, controlar y dominar a la persona mayor, incluyen gritos e insultos.
- Maltrato físico: tirones de pelo o zamarreos suelen ser muy comunes; muchas veces puede conllevar lesiones físicas, desde moretones o rasguños hasta fracturas, provocadas por caídas.
- Abandono: cuando los familiares no se ocupan del adulto mayor y hay una gran negligencia; en algunos casos sucede porque la persona vive sola y no tiene familiares ni recursos.
- Aislamiento forzado: muchas veces se les impide vincularse con otros familiares o personas del entorno, para que no puedan pedir ayuda.
- Abuso económico: las estafas y el abuso económico suele ser uno de los graves problemas; se apropian de su jubilación, gastan su dinero o se adueñan de su inmueble.
- Exigencias absurdas: es frecuente que se las someta a pedidos que superan sus posibilidades, como obligarlas a hacer tareas domésticas o actividades con mayor rapidez de las que pueden debido a sus limitaciones físicas.
- Violencia estructural: es la ausencia de recursos del Estado y redes sociales para que las personas mayores puedan satisfacer sus derechos y necesidades básicas de vivienda, salud y alimentación.
Un espacio para proteger a las víctimas
En el Programa Proteger reciben denuncias de familiares, vecinos o de las propias víctimas -tienen que ser residentes de la ciudad de Buenos Aires- y, una vez que las personas mayores ingresan, el equipo profesional elabora un plan integral de atención y resguardo.
“Les brindamos contención, asesoramiento jurídico y se fomenta la participación en actividades preventivas a los fines de fortalecer su autoestima y potencialidades”, explica Laura Macazaga, gerenta operativa de Protección de los Derechos de los Adultos Mayores dependiente de la Secretaria de Integración Social para Personas Mayores del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Las denuncias no solo llegan desde su línea telefónica: “Trabajamos mucho con organismos públicos. Hay casos que nos llegan de fiscalías otros de juzgados civiles, que nos solicitan la intervención de los equipos profesionales”, detalla Macazaga.
El programa cuenta con cinco equipos que funcionan en diferentes comunas de la Ciudad con la idea de acercar el recurso a la persona mayor y evitar que tengan que movilizarse tanto.
“Lo que hacemos es pensar un plan de acción de protección para la persona mayor. En algunos casos, puede incluir el ingreso a un dispositivo de alojamiento protegido para las víctimas que presenten un riesgo alto, y que no tengan donde ir”, señala Vázquez.
El refugio es un alojamiento protegido que se creó con el objetivo de ofrecer un espacio de residencia temporario con domicilio reservado, para resguardar la integridad física y psíquica de las personas mayores que se encuentren en situaciones de violencia doméstica. Allí, la contención del equipo y de los pares se vuelve una gran herramienta para salir adelante.
Dónde denunciar
- Programa Proteger : Tel.: 0800-222-4567 y proteger@buenosaires.gob.ar
- Linea 137
- Defensor del Pueblo de la Tercera Edad : Tel.: (011)4338- 4900; terceraedad@defensoria.org.ar
- Línea 144
La Nación