Cuando el dramaturgo y periodista uruguayo Florencio Sánchez presentó la obra teatral “Canillita” en 1902 no imaginó que cada 7 de noviembre los vendedores de diarios recordarían su obra y su legado.
La música suena después de que diga “buenos días”. Le da paso al canto criollo de un pícaro: “Soy Canillita, gran personaje, con poca guita y muy mal traje; sigo travieso, desfachatado, chusco y travieso, gran descarado; soy embustero, soy vivaracho, y aunque cuentero no mal muchacho. Muy mal considerado por mucha gente, soy bueno, soy honrado. No soy pillete, y para un diario soy un elemento muy necesario”. Es la segunda escena de la obra teatral Canillita (un sainete de tres cuadros), escrita por el escritor y periodista uruguayo Florencio Sánchez, que definía la personalidad desfachatada de un personaje singular de la vía pública: el carismático y extrovertido niño que “voceaba” diarios en las esquinas.
La pieza fue estrenada el 1º de octubre de 1902 por la compañía de zarzuelas de Enrique Llovet en el Teatro Nuevo Politeama de Rosario. El protagonista, interpretado por una mujer adulta de voz aguda, tenía quince años, había sido criado en hogar humilde y trabajaba vendiendo diarios en las esquinas, tal como se había consignado en la época: los niños encarnaban un nuevo método comercial. Por entonces los periódicos se conseguían en las imprentas o mediante una inscripción. La idea, importada de Nueva York, acercaba el ejemplar a la mano del comprador. El personaje de la obra estaba inspirado en un niño real y caracterizado como tal. De pantalón corto, piernas largas y delgadas, dio bautismo a un oficio mítico: el canillita.
La asociación del término nace en el lunfardo. “Canillita” proviene de la denominación latín de caña. En la jerga rioplatense, fue acuñada para referenciar a la tibia, el extenso hueso que conecta las articulaciones del tobillo y la rodilla, esa parte de las piernas que quedaban expuestas en los vendedores de diarios. Del mismo modo que las canilleras se convirtieron en los instrumentos deportivos de protección de la tibia (la canilla), los “canillitas” asimilaron la nomenclatura popular del oficio.
Canillita se convirtió en un éxito rotundo. Llegó al teatro porteño por encargo del actor y empresario Gerónimo Podestá. La popular actriz de la época Blanca Podestá haría del travieso niño que promocionaba en las esquinas la venta de periódicos. La repercusión fue inmediata y las críticas, elogiosas.
Tal fue el suceso que entre los artistas y los vendedores de diarios organizaron una función gratuita y exclusiva para los canillitas. La cita fue en el Teatro Comedia de la calle Carlos Pellegrini un domingo a las dos y media de la tarde. Según destacan los documentos de época, la sala colapsó, los espectadores celebraban los versos cantados y la policía debió intervenir para serenar al público.
Aquella función fue la coronación del sentimiento popular. Canillita había representado con solvencia y frescura la naturaleza del oficio. El término se perpetuó. El 7 de noviembre de 1947, a 45 años de la primera referencia del canillita con los diarios, se decretó el Día del Canillita en honor al fallecimiento de Sánchez, el hombre que concibió la definición.
Las páginas históricas despliegan construcciones literarias para adjetivizarlo. Florencio Sánchez fue, según escribió el historiador y periodista Alejandro Jasinski en El historiador, “un genial escritor de obras de teatro, periodista, nacionalista anti-liberal, luego liberal anticlerical y, posteriormente, militante anarquista, que dejó una huella apreciable en la historia de la literatura latinoamericana”.
Sánchez nació el 17 de enero de 1875 en Montevideo, Uruguay. Murió en Milán, Italia, a los 35 años enfermo de tuberculosis. Atravesó su vida con una activa participación en el acontecer de su tiempo. Lo crió una familia afiliada al Partido Blanco de ideología conservadora. Tuvo once hermanos y un tío al que acompañó, con sus quince años, a inscribirse a la Junta Económica Administrativa de la ciudad de Minas donde advirtió que una de sus pasiones podía ser el periodismo. Dos años después viajó a La Plata para penetrar en circuitos literarios. De regreso en su ciudad natal, inició su militancia anarquista. De vuelta en Buenos Aires, conoció el amor y las mieles del oficio periodístico.
El escritor se asentó en Rosario donde, como secretario de redacción del diario La República, respaldó la huelga general de Santa Fe en 1901, condenó la represión policial desde las líneas del periódico y se involucró en la lucha junto a los redactores.
A la par, escribía obras de teatro con potencial y entusiasmo. El historiador Osvaldo Pellettieri lo describió en el libro Cien años de teatro argentino: “En Sánchez luchan los dos principios constructivos, el del realismo del fin de siglo (lo melodramático, lo sentimental-costumbrista) y los modelos típicos del naturalismo; y a nivel semántico las ideas propias del liberalismo oficial y su anarquismo, más de una vez puesto en tela de juicio”.
Canillita significó una revelación de su propuesta: valorar la humanidad de los personajes humildes en lucha constante con la vida y el desequilibrio social. El escritor fue calificado como “el” autor de Buenos Aires por antonomasia, reivindicado por el teatro argentino y uruguayo. Su historia resurge cada 7 de noviembre, el día de su muerte, cuando la sociedad se pregunta por qué hoy no hay diarios de papel.