Por Daniel Muchnik
Por egoísmo, conveniencia política o simple veleidad declarativa, esta semana dirigentes kirchneristas y Lilita Carrió coincidieron en cuestionar a a través de los medios a Roberto Lavagna. La dirigente de Cambiemos trató al ex ministro de Economía, de próximos 77 años de edad, como un “viejo”. Buscaron defenestrarlo, borrarlo del mapa. Los entorpece, los irrita.
El calificativo emergió cuando el peronismo no kirchnerista y otros grupos denominados “progresistas”, más votantes desahuciados de la gestión de Mauricio Macri y radicales no enrolados en el oficialismo, no ocultaron su deseo de que el ministro sea el próximo candidato presidencial, representando un consenso, una unión de sectores de distinto origen.
Lavagna no se ha pronunciado. Está tanteando posibilidades, requerimientos, equipos, dimensión de los apoyos. Si comprueba que hay chances elegirá tirarse a la pileta. De lo contrario, será cauto y retrocederá sobre sus pasos. Para quedarse donde está, integrando las filas de acompañantes del permanente candidato Sergio Massa.
No siendo un peronista ortodoxo ni obediente (ni sumiso), Lavagna, que fue también diplomático y profesor universitario, tuvo en el pasado algunos traspiés políticos, pero nunca puso objeciones a representar a partidos en los cuales no estaba enrolado. Hizo acuerdos con los radicales, por ejemplo. Hoy, en medio de la fragmentación, no son pocos los que lo consideran un candidato viable. Pero todavía hay un largo camino por recorrer hasta las elecciones a fin de año. No hay definiciones concretas ni propuestas definitivas. Y el que gane la contienda recibirá un paquete de “gravedad” económica muy seria. Coincidentemente, Lavagna lleva consigo el mérito de haber tomado el timón de barco después de unos pocos meses del hundimiento económico y el default del 2001/2002. Sucedió a Jorge Remes Lenicov y a su segundo Jorge Todesca, los que sacaron pecho y trataron de poner la casa en órden pero fueron víctimas de intrigas dentro del mismo peronismo, en tiempos donde se dudaba de todo y todos de todos.
Lavagna aprovechó el potencial de las pyme y sus ahorros, buscó atenuar las tensiones mientras la gente golpeaba las puertas de los bancos, se benefició con el alto valor de la soja exportada, trazó puentes con los acreedores y buscó el equilibrio cuando Néstor Kirchner sucedió a Eduardo Duhalde, presidente acorralado tras las muertes de Kosteki y Santillán.
Con Kirchner tuvo una relación sobria. Hasta que en 2005, con el antecedente de un crecimiento del 8 por ciento del Producto Bruto Nacional, los vínculos con el dueño de la Casa Rosada se fueron deteriorando. Un dato que ayudó a la ruptura fue cuando Lavagna denunció los manejos espúreos
de algunos empresarios. Los mismos que se conocieron cuando la Justicia Argentina, basada en los “cuadernos de la corrupción K”, inició la búsqueda incansable de negociados y de exacciones de las arcas públicas.
Lavagna no es patrón de una ” fórmula mágica” para sacar a la Argentina del pantano. Nadie la tiene. Para hacer algo hay que tener con qué. Y a eso sumarle consenso, conciliación , experiencia y democracia. Tampoco la tienen la mayoría de los economistas, por su cuenta.
Como bien se sabe, los “viejos” en los tiempos antiguos eran respetados y se escuchaban atentamente sus opiniones y experiencias. Eran tiempos donde la expectativa de vida variaba en torno a los 30 años. Cicerón (106 A.C -43 A.C.), filósofo, humanista y jurista fue asesinado a los 63 años, producto de intrigas del poder en la Roma antigua. Con sus 80 años de edad, Catón escribió “De Senectude”, una poética reflexión sobre la existencia, mostrando las vivencias del tiempo que vivía y elogiando esa etapa por la que transitaba.
El siglo XX se construyó, se hundió con las guerras y se recuperó guiado por estadistas de edad avanzada. Paúl Von Hindenburg, militar que comandó los ejércitos alemanes en la Primera Guerra Mundial, nacido en 1847, fue designado Presidente de la República de Weimar desde 1925 y se mantuvo en el cargo hasta 1934. El es el que permitió que se le abriera las puertas a Hitler en 1933 y convivió, en medio de la anarquía y de la depresión económica con los nazis un año, hasta su muerte.
Los ejemplos de “viejos” con amplias miras fueron muchos. Charles de Gaulle (1890-1970) encabezó la lucha contra los nazis ocupantes de su país, fue Presidente del Gobierno Provisional apenas terminada la contienda victoriosa (1944-1946) y después, aparentemente olvidado, fue llamado para fundar la Quinta República en 1958. Es decir que a los 68 años de edad tuvo que hacer frente a los “pied-noir” argelinos, opuesto a la independencia de la colonia, soportó atentados y lidió con generales xenófobos y racistas, de alto rango, hasta derrotarlos. En ese momento la expectativa de vida en los países desarrollados bordeaba los 60 a 65 años de edad.
Winston Churchill, nacido en 1874, se hizo cargo de Inglaterra en tiempos desastrosos a los 65 años de edad cuando Alemania bombardeó con crueldad la isla y existía la amenaza de una invasión germana a través del Canal de la Mancha. Y lo hizo con una valentía, una visión y un coraje a toda prueba, enfrentándose con cualquiera que lo contradijera. Hubo un momento en el cual su gabinete quiso capitular ante Berlín. Fue Churchill quien se resistió con empecinamiento. Y las batallas continuaron prosiguieron hasta derrotar al enemigo, junto con los aliados. Churchill, después de aquello, vivió 20 años más y sus pronósticos y aciertos políticos siempre eran escuchados en el mundo.
Konrad Adenauer, canciller de Alemania entre 1949 y 1963, nacido en 1876, tenía 69 años al finalizar el conflicto bélico. Junto con De Gaulle y otros líderes fomentó la paz y el entendimiento en un continente desgastado. Lo hizo a través del comercio y fronteras más flexibles. Falleció a los 87 años de edad.
Luigi Einaudi, político liberal italiano, Presidente de la República Italiana, nacido en 1874 tenía 77 años cuando las circunstancias lo llevaron a dejar el poder, en 1951, después de tres años de equilibrar las cuentas públicas del país. Su vida terminó 10 años después.
En Latinoamérica tuvimos un caso que recuerda a los personajes que salieron de la imaginación de García Márquez. En la República Dominicana, Joaquín Balaguer, nacido en 1906, sucesor de la dinastía de los Trujillo, se perpetuó en el poder por años mediante el terrorismo y la mano dura. Falleció en 2002, definitivamente ciego en sus últimos años, en su trono, a los 96 años de edad.
Pero también hay otro caso que nada tiene que ver con los dictadores. Es el del ex-guerrillero José “Pepe Mujica, ex presidente del Uruguay, nacido en 1935 y a cargo del poder entre 2010 y 2015, entre sus 75 y 80 años de edad. Mujica, quien antes de ser la máxima autoridad fue diputado, senador y Ministro de Agricultura y Ganadería. En estos días sigue en funciones oficiales como parlamentario, representando al Movimiento de Participación Popular , dentro del partido Izquierda Frente Amplio. Últimamente, a los 83 años sigue polemizando, enfrentando críticas, pero trasmitiendo con persistencia su experiencia de vida, en medio de una crisis del Frente que no parece tener solución.
Hemos mencionado a personajes históricos que superaban la expectativa de vida de los tiempos que vivían. De 50 años a comienzos del siglo veinte se pasó a los 80 y bastante más -depende de los países- en la actualidad.
Un poema de Mario Benedetti ilustra el sentido del tiempo y de la edad . Se titula “Pasatiempo”. Y dice :” Cuando éramos niños / los viejos tenían como treinta/ un charco era un océano/ la muerte lisa y llana/ no existía…Luego, cuando muchachos/ los viejos eran gente de cuarenta/ un estanque era un océano/ la muerte solamente/ una palabra…Ya cuando nos casamos/ los ancianos estaban en los cincuenta/ un largo era un océano/ la muerte era la muerte/de los otros”.
Entonces ¿ quien es “viejo” ? Aparte de los gerontólogos, ¿quién se anima a definir la “vejez”? Por eso mismo el antiguo dicho popular que con sabiduría considera: “viejos son los trapos”. Envejece quien no tiene proyecto, quien permanece quieto después de una vida de trabajo, como esperando el final sin poder disfrutar de la vida, temiéndole a la vida.