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3 noviembre, 2024
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El último respirador o la última cama

Por Noemí Ciollaro

Isolina Dabove es una de las de las especialistas más reconocidas en el tema de la erradicación de la violencia en la vejez. Abogada y doctora en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III de Madrid, profundiza acerca del maltrato que prioritariamente castiga a las mujeres. Actualmente da clases en la Universidad Nacional de La Plata sobre un programa que apunta a las violencias en la cultura y al que se le otorgó un espacio al tema de los derechos de las personas mayores.

“Hay un segmento de la población que es víctima, que no encuentra espacios para darle voz a este flagelo y que es el de la vejez. Creo que la pandemia está teniendo muchos efectos ambivalentes; puso en evidencia las desigualdades estructurales que viven las personas mayores en todos los órdenes”, manifiesta la abogada y doctora en Derechos Humanos Isolina Dabove al iniciar el diálogo con Revista Haroldo.

– ¿Por ejemplo?

– En el hecho de ser población de riesgo se dispararon los prejuicios más profundos contra la vejez, a veces no se siente como si fueran una persona, esos dichos de “es un viejo”, “es una vieja”… Pero “las ironías del destino” -diría Borges-, hicieron que un mundo geronto globalizado, donde la expectativa de vida aumentó como nunca, viva una revolución demográfica de la cual podríamos estar orgullosos.

– ¿Cuánto tiempo aproximadamente se extendió la expectativa de vida?

La vejez hoy abarca entre 20 y 30 años, es la etapa de la vida más larga de todas… Sin embargo, la pandemia hizo que este virus ataque con más fuerza a aquellas personas que están inmunodeprimidas, y sí, muchas de ellas son personas mayores, con una sociedad geronto globalizada, con una vejez que crece en todo el mundo incluso en los países menos desarrollados, justo irrumpe un virus que irónicamente ataca a este sector de la población que ha arribado a una etapa que se ha ido construyendo paso a paso a través de la expansión cultural.

– Qué ambivalencia…

– Sí, y sin embargo al mismo tiempo la pandemia pone en evidencia las desigualdades estructurales que viven las personas mayores y también los viejismos más profundos. Esto generó, a mi criterio, la posibilidad de hacer visible de una manera bien patética esa ambivalencia en la consideración de la vejez. Al mismo tiempo que decimos “pobres viejitos, hay que protegerlos… “, retóricamente, sin embargo a la hora de tomar decisiones como por ejemplo a quién se le da el último respirador o la última cama, no se me mueve el pulso para firmar una decisión de no dársela, porque ya está….  Esto lo hemos vivido no sólo en la Argentina sino en países muy ricos, muy desarrollados económicamente como Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Inglaterra, hasta Japón…

s/t . Foto: Nicole Szostik Lazos

– O sea que a pesar de los adelantos se produjo la exclusión del sistema de las personas mayores…

– Sí, y hubo también una importante presión en las redes sociales dirigidas contra las personas mayores para que no acepten el último respirador, la última cama… Estoy hablando del período previo a la vacuna. Y después, países como España, por ejemplo, debatieron muchísimo en los medios y la gente el tema de a quién se vacunaba… En principio se decía que a los mayores porque son personas de riesgo, pero luego se decía que a los jóvenes porque así ellos podían salir, hacer sus vidas, dejemos a los viejos… Fue tremenda esa discusión especialmente en España, y hubo comunidades autonómicas que priorizaron vacunar a los jóvenes. La excusa fue “porque son unos irresponsables, ellos no se cuidan, necesitan diversión…” y así que no repliquen el virus, y así los mayores que se vacunen después. Finalmente, eso se revirtió.

– ¿Cómo se afrontó todo esto en la Argentina?

– En Argentina creo que adoptamos un criterio razonable de hacer un escalafón de prioridades y se les dio un lugar importante a las personas mayores. Bueno, después nos atravesaron otro tipo de problemas que exceden esta conversación, como el tipo de vacunas, las esperas, etc. En ese escenario ambivalente hay un caldo de cultivo muy importante para las situaciones de discriminación que lleven a la violencia. Quienes estuvieron bastantes atentos a registrar esto han sido los organismos encargados de receptar denuncias por violencias en general.

– ¿Por ejemplo?

– Uno de ellos es la Oficina de Violencia Doméstica que depende de la Corte Suprema de Justicia y que por suerte ya hace un par de años ha empezado a tomar seriamente el registro de las personas mayores para detectar bien el perfil tanto de la víctima como de quienes agreden. Otro espacio institucional donde se hacen registros de ese tipo es el de la Ciudad de Buenos Aires, allí hay una ley específica sobre el tema que cuenta con la sanción y prevención del tema. No hay otra ley específica; a nivel nacional en el resto de las provincias lo que se aplica son las leyes de Violencia Doméstica o la ley de Protección Integral de la Mujer. En la Ciudad también se creó un programa que se llama Proteger, hace un tiempo está a cargo de una psicóloga que sumé a mi equipo por la labor importante que hace, se llama Alejandra Vázquez, ella se especializó en Violencia y Vejez, hay todo un equipo trabajando en eso.

– ¿Fue en ese marco que se crearon los Refugios Protegidos?

– Sí, hicieron un trabajo muy intenso e implementaron mayores canales de denuncia y de registros estadísticos, abrieron los Refugios Protegidos que no son tan numerosos porque esto está atado a la política económica; la Ciudad de Buenos Aires no es algo extraterrestre, es un país empobrecido.

– ¿En qué consisten los Refugios?

– Son residencias, casas compartidas que pueden alojar entre diez o quince personas a las que se les da un albergue transitorio a las víctimas de violencia con situación de riesgo. Acceden ahí a partir de que alguien hace la denuncia y se activan los mecanismos de acceso al lugar de contacto con las personas involucradas desde el programa junto con las fuerzas de Seguridad. Interviene también la Justicia de la Ciudad y muy rápidamente el juez interviniente da la orden de aislar a esa persona, protegerla, y se la traslada a la residencia por un tiempo corto. No se sabe exactamente donde se ubican las residencias para no ser detectadas.

– ¿Y con los agresores qué pasa?

– A veces se aplican terapias, charlas, pero además de eso los jueces establecen restricciones de acercamiento, impedimento de contacto.

– ¿Resulta eficiente este tratamiento?

– Fue creciendo en eficiencia, pero falta bastante. O sea, cuántas residencias hay, yo no lo sé exactamente pero alrededor de cuatro o algo más; parece que no es nada, pero es una punta. Por otro lado, hay equipos que se van renovando en el programa Proteger, no todas las personas que ingresan al programa están realmente capacitadas, creo que le falta difusión al programa. Eso es en la Ciudad de Buenos Aires y ellos hacen muy buenos informes y el año pasado mostraban un aspecto interesante respecto al marcado crecimiento de personas mayores que se animaban a denunciar, o vecinos o algún familiar.

s/t . Foto: Nicole Szostik Lazos

Los rastros del patriarcado y las chicas malas

– ¿Y específicamente sobre las mujeres en esta situación qué ocurre?

– En relación con la violencia las mujeres seguimos siendo víctimas en mayor medida, pero sin embargo la diferencia no es tan grande porque la vejez en sí es difícil de digerir en la cultura, y lo digo con cierta ironía… Las mujeres de hoy con 70 y más años son las que más sufrieron los patriarcalismos, muchas están convencidas de que esa es la forma natural y correcta de vivir y desarrollarse, pero porque era parte de su generación, era un enclave cultural… Sin embargo, también es cierto que entre ellas hubo una minoría de revolucionarias, las que lucharon en el Mayo francés, las que tomaron la píldora si no querían ser madres, las militantes, pero eran minoría… mujeres vistas como peligrosas. Y aún hoy somos mal vistas.

– Esto ocurre en muchos sentidos y en muchos lugares.

– Pero también es cierto que entre ellas hubo una minoría de revolucionarias que lucharon y fueron vistas como locas… Decían estas locas que vienen acá a desafiar la obligación de ser madres, decidir los hijos que queramos, el ser militantes, ni hablar del aborto… imposible. En ese sentido todas las mujeres teníamos que ser obedientes, la maternidad era como un destino…Si teníamos que resignar nuestras carreras por la familia eso era lo que correspondía a una buena mujer. Muchas mujeres que trabajaban fuera de la casa eran criticadas aunque fueran el sustento del hogar, pero se decía que dejabas a los chicos en banda…

– Sí, recuerdo que mi abuelo no dejaba trabajar en su negocio a mi abuela porque decía que eso estaba muy mal visto, que “las mujeres no trabajan afuera…”

– Sí, mi Nona vino de Reconquista a Serodino  -un pueblito perdido en la provincia de Santa Fe- a casarse y a tener todos los hijos que Dios le diera… y tuvo 11… igual antes había 14… Mi madre, que quería estudiar pero vivía en ese pueblito, -la cuna del escritor Juan José Saer, dicho sea de paso- , bueno pero mi madre sólo pudo hacer la escuela primaria porque no había secundaria, no había impedimento de los padres, pero había impedimento cultural. A los 21 años se fue a vivir a San Lorenzo, primero tuvo impedimentos, pero al final pudo cursar un poco, hasta que se casó y al año y medio tuvo a su primer hijo. Ella no tuvo diez hijos, tuvo cinco, pero mi mamá siempre nos dijo que la única herencia era el estudio y que todas y todos teníamos que estudiar por igual y los cinco estudiamos además de la escuela arte, música, deporte y todos pudimos acceder a la universidad. Y mi madre, aun viviendo en un contexto de una cultura que podemos decir patriarcal, tradicional e incluso muy cristiana, nunca nos dijo “Dejá de trabajar para criar a tu familia”.

– ¿Tuviste hijos Isolina?

– Yo tengo 55 años y tuve un solo hijo. Mis hermanxs diez, cinco, y yo uno, también esto habla de otra mentalidad. Pero bueno, la generación de mi madre que tiene 87 años, fue atravesada completamente por el patriarcado no solo en el ámbito doméstico, sino también en el público, entonces no tuvo alternativa. Con lo cual las mujeres mayores de más de 75, 80 años creo que hay que rescatarlas muchísimo, porque han sido muchas veces más generosas de lo que somos nosotras en relación a las que nos van a seguir. Y con mis 55 años, he tenido más alternativas, el apoyo de nuestras ancestras que no pudieron y sin embargo nos habilitaron y eso es impagable… Pero hoy son víctimas de la violencia y la discriminación y esa es una injusticia enorme.

– ¿Cuándo va llegando el envejecimiento?

– Y todo eso se va transformando, la autonomía es justamente una dimensión de la vida humana que se pone en crisis con el paso del tiempo, porque evidentemente nuestros cuerpos están programados para declinar y morir. Pero la buena noticia es que tenemos recursos insospechados para compensar esas fragilidades corporales biológicas que nos permitan seguir sosteniendo una vida más independiente.

– ¿Pero no todos pueden acceder a esos recursos?

– Exacto, como por ejemplo el dinero, la educación, las posibilidades de disfrute, de volvernos a enamorar o de tener una vida sexual plena en la vejez sin que nos califiquen de ridículas, etc. Necesitamos trabajar una nueva conciencia social donde la vejez no sea vista como sinónimo de costo social, enfermedad y seres asexuados sin deseos, sin molestias.

– Mucha gente tiene a padres o madres viviendo en sus casas y hay un maltrato y una domesticación brutal…

– Aún con conocimiento del derecho de la vejez y buen manejo de recurso jurídico sin embargo se encuentran estas vallas, las instituciones que existen no responden, hay mucha burocracia. Hay criterios errados, no es sólo la jubilación la que, como se hace en muchos casos, decide dejar gente capacitada por la edad y listo. Es muy brutal. Está muy naturalizado el “viejismo”.

– ¿Qué organismo del Estado es el que se hace cargo de estas políticas?

– Bueno, esa es una de mis decepciones actuales… Hay un organismo que venía trabajando muy bien y ahora está en coma, que es la Dinapam: Dirección Nacional de Políticas para Adultos Mayores, luego están los organismos provinciales. La Dinapam lamentablemente no está haciendo todo lo que podría hacer porque es el organismo rector de las políticas públicas en el Ejecutivo. Lo atomizaron porque venía ocupándose de todo lo que tiene que ver con capacitación de personas interesadas en trabajar en cuidados domiciliarios diarios con unos cursos buenísimos; generaron un registro nacional de cuidadores gerontológicos. Pero esta vez pusieron a alguien que no viene de la gerontología y les quitaron jurisdicciones, competencia, una de ellas fue los cuidados.

– ¿Cómo le quitaron los cuidados?

– Sí, ahora ese tema pasó a una Dirección Nacional de Cuidados. Inclusive traté de conectarme con la directora a través de Facebook, pero silencio de radio… Por otro lado, el Ministerio de Salud de la Nación creó otra dirección y yo me contacté con la directora, pero está atravesado por la salud- enfermedad, tampoco ese es el lugar adecuado. El lugar adecuado es la Dinapam, nació durante el menemismo, luego Néstor Kirchner creó la Dirección formal, pero fue durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner –que Alicia Kirchner era ministra de Desarrollo Social- que eclosionó y empezó a tener un fuerte papel el organismo hasta que cambió la gestión. Después se puso una directora que era del palo y siguió adelante con proyectos, pero bueno… silencio de radio, muy lamentablemente tal vez la pandemia los excedió.

Por Noemí Ciollaro, para Haroldo

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