POSADAS.- En esta historia, aquello de que los empleados públicos son insensibles a las necesidades de los individuos que tienen enfrente, personas desorientados ante algún trámite y a punto de naufragar en los laberintos de la burocracia estatal, está lejos de ser así.
Días atrás, en Oberá, en el centro de la provincia de Misiones, los empleados de la oficina local de la Anses advirtieron que una señora, Agripina Benitez, de 62 años, estaba llorando.
De origen humilde, la mujer había llegado hasta esa oficina de la ciudad desde un paraje semi rural a 20 kilómetros de distancia. Le había pedido fiado el viaje al colectivero y se fue directo a la Unidad de Atención Integral (UDAI) de Oberá con la convicción de que iba a cobrar su primera jubilación.
Benítez, que toda vida trabajó en casas de familia, había iniciado el trámite para acogerse a la moratoria que permite acceder a la jubilación a aquellos que no tienen todos los aportes correspondientes.
Pero esta modalidad (ley 26.970) exige que la primera cuota se pague, sí o sí, con un depósito de dinero en efectivo en el banco. El resto de las cuotas de la moratoria se va descontando de la jubilación.
Benítez tenía que pagar 448 pesos de esa primera cuota. Uno de sus hijos, a quien dijo haberle dado el dinero, nunca fue a hacer efectivo el depósito. En la Anses le explicaron que el trámite estaba por caerse.
Pero cuando vieron a la señora llorando desconsolada, no dudaron en ayudar. Entre varios empleados hicieron una vaquita, juntaron el dinero y fueron al banco a realizar el depósito. Y además, le dieron dinero para que se pagase el boleto de regreso a su casa. El miércoles pasado Benítez fue a completar el trámite de su jubilación que ya salió. Cobrará la mínima 9309 pesos y además contará con la cobertura del PAMI.