Por Laila Emilia Daitter
“Cuando era chica, mamá preparaba un remedio casero para destapar la nariz durante los resfríos de invierno. Ponía una sábana sobre mi cabeza para respirar el vapor que salía de una olla hirviendo, donde flotaban redondas hojas de eucalipto. Recuerdo que el pequeño cubículo que se formaba debajo de la tela era mágico. Los ruidos se aplacaban, la luz se hacía más tenue y las sombras más difusas. Allí, envuelta, escuchaba las aventuras de Peter Rabbit, el conejo de Beatrix Potter. El cuento me transportaba inmediatamente al fondo de mi casa. De pronto me veía corriendo entre los árboles de mandarinas. Tropezando con las raíces de los mangos, raspándome la ropa con la corteza del palo borracho y cavando pozos debajo del naranjo, como el conejo. Entonces, los bronquios se abrían, el oxígeno entraba, la garganta se suavizaba, la tos cedía, los ojos llorosos se limpiaban, los pulmones se inflaban con un aire apacible, la piel se llenaba de gotas tibias, los estornudos se iban y se destapaba algo más que la nariz”.
