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24 noviembre, 2024
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Julio Cáceres cumple 50 años con la música y los festeja en el Teatro Vera

[dropcap]L[/dropcap]a voz emblemática del chamamé en Corrientes está cumpliendo cinco décadas con la música y su historia de se remonta a tiempos de juventud en los que se empezó a construir un camino donde siempre están presentes la familia, los amigos, la guitarra y la poesía. El vínculo de Julio Tomás Cáceres con el arte comienza desde muy pequeño, cuando su abuelo paterno le recitaba poemas gauchescos, le enseñaba historia y en su casa nunca faltaba alguna musiqueada.  Es esa misma historia la que compartirá con el público que lo apoyó durante todos estos años y le dieron razón a su música, el 7 de noviembre próximo en el Teatro Juan de Vera junto al grupo que fundó hace 38 años: Los de Imaguaré.

El 5 de agosto de 1950 nació en Pedro R. Fernández, pueblo conocido como Mantilla, por la estación. Allí su abuelo paterno, Julio Cáceres, era colono, alquilaba una parcela de tierra donde hacía trabajos agrícolas para subsistir con su familia. Su padre fue a vivir a Buenos Aires, en busca de un mejor porvenir y allí conoció a su madre, cuando Julio Tomás iba a nacer, decidieron darlo a luz bajo el cielo de Mantilla.

Después de un tiempo sus padres vuelven a Buenos Aires y el pequeño Julio se queda en la casa de sus abuelos paternos. Es así como don Julio Cáceres y doña Maximina González, lo crían rodeado de la naturaleza, entre libros de historia y de poesía gauchesca hasta los cinco años.

Alrededor del año ’56, fue a la casa de una tía en Mercedes para empezar a estudiar. Allí fue a la Escuela Graduada “Amado Bonpland”, donde cautivó con su talento a las maestras. “Tenía las habilidades que me había enseñado mi abuelo: ya sabía escribir mi nombre, sabía contar hasta 50, tenía buena memoria y una capacidad de observación muy grande”, cuenta Julio durante una charla distendida en la que abrió su corazón.

“A mi abuelo le gustaba mucho la historia, era un gran recitador, se sabía muchos poemas gauchescos, por supuesto el Martín Fierro, pero también sabía Juan Moreira, Santos Vega… toda esa gauchería a la que mi abuelo le gustaba llegar a través de los libros. Entonces llego a Mercedes con todas esas cosas disparadas en mi y empiezo a captar la atención de los maestros”, expresa la voz Imaguaré.

Todavía no cumplía los siete años cuando recitó por primera vez en la escuela. La primera participación personificó al Tamborcito de Tacuarí, luego “en primero superior me propusieron recitar un poema y mi maestra, Nora Jaureguiberry, tuvo la idea de llevarme a su casa a enseñarme a declamar, tenía muy buena memoria. Después de una o dos veces ya me aprendía todo el poema de memoria así que después me aprendía los gestos, las entonaciones… así que dije el poema y fue un éxito. Y me quedó el apodo “Pachamama” durante toda la primaria porque el poema hablaba de la Pachamama y fue tan impactante que así me conocieron durante toda esa época”.

Por supuesto que después de ese día, en todos los actos recitaba. “Y me encargaron que lea el discurso de despedida de la primaria. Lo escribió la maestra por supuesto”, aclara Julio.

El talento para el arte no terminó con la escuela primaria. Durante el nivel secundario, que lo hizo en la Universidad Popular de Mercedes, hoy el Instituto Popular de Mercedes, también desplegó sus cualidades y además sumó la guitarra como compañera. “En aquel tiempo arrancaba el Bachillerato Comercial, de manera que íbamos a tener el título de Bachiller y Perito Mercantil”, cuenta Julio y añade: “Allí formamos una comunidad hermosa de amigos. Fue una experiencia muy linda donde también arranco con la guitarra, la serenata, Tono Acevedo, Cacho Cortinas, amigos con los que enseguida entablamos una relación muy estrecha. En aquel tiempo íbamos a la mañana y a la tarde, así que estábamos todo el día en la escuela”.

“El profesor López Rodríguez nos había encendido las ganas de recuperar la costumbre de las serenatas. A nuestros profesores, a nuestros amigos”, rememora y cuenta anécdotas inolvidables en las que no faltan las picardías y risas. “Quedó entre nosotros una cosa muy linda de llevar música a nuestros amigos. Una galantería”, dice.

Aunque en las fotos se lo ve siempre con una guitarra, Julio aclara: “Yo más que un cantante considero que soy un relator. Toda mi vida primaria estuvo signada por versos y relatos… escenarios… así que ahí ya estaba en esas primeras cosas que me mostró el abuelo, ya estaba marcado para este destino de andar relatando cosas… porque yo más que un cantante considero que soy un relator… un hombre que usa la palabra para decir cosas”, dice.

“Nunca pasó por mi cabeza la intención de ser músico popular a pesar de estar rodeado de músicos populares. Desde mi hermano, mi tío hermano, Ignacio que cantaba, ensayaba en casa y yo los veía… no tuve nunca la intención de ser… Estaba preparándome para ser contable, de hecho me fui a La Plata a estudiar administración de empresas”, recuerda Julio.

En medio de tantas anécdotas, el hombre Imaguaré trae entre sus recuerdos un viaje que hizo a Buenos Aires para visitar a su papá a los 14 años aproximadamente. “Él se había enterado de mi afición al canto, entonces me regaló una guitarra. En aquella época se viajaba en tren. Se hacían dos escalas y una de ellas era en el puente donde nos bajábamos y pasábamos en lancha”, señala con lujo de detalles.

“Cuando llego a la estación de Lacroze, uno de mis tíos me acompaña y se encuentra con Ruperto Alegre, que era uno de los que salía con él a tocar… él estaba ahí haciendo la conscripción, y se encontraron de casualidad. Como los dos íbamos a tomar el mismo tren, mi tío le recomienda que me mire. Ruperto llevaba un acordeón de cinco hileras, que acá en Corrientes no era común de ver. Viajábamos en primera, entonces en un momento se me acerca y me dice para que nos pasemos a segunda clase porque ahí se podía musiquear. Siempre cuento esta anécdota y cuesta creer pero lo que tengo en la memoria es que empezamos y cuando me di cuenta estábamos en Curuzú Cuatiá” (risas)

Al poco tiempo, “Lacho” Sena lo fue a buscar a su casa para tocar en el grupo que tenía con Ruperto Alegre. “Ahí empieza mi historia con la música y recibiendo una devolución en plata, me pagaban por lo que hacía pero no me importaba eso, yo seguía pensando que no iba a ser músico popular. Incluso en esos años que estuve tocando con Ruperto, Mariano Miño, Vera Monzón, Fito Ledesma, mientras tanto seguía mi estudio secundario y después me fui a La Plata a estudiar administración de empresas”, cuenta Julio.

En aquella época, además, se organizaban las peñas en Santo Tomé para ir a Cosquín. “Nosotros teníamos una peña que dirigida la señora Nerea de Ambroggio, una uruguaya muy amante del folclore. Allí participo y fuimos un año a Cosquín. En esa época conformamos un trío de voces, que era muy raro ver un trío y nosotros formamos: Ricardo Tito Gómez, Carlitos Núñez y yo. Le pusimos a ese trío “Los Hijos del Paiubre”. La tía Nerea nos dijo que había recibido una invitación para participar de un concurso y quería que cantemos “Peoncito de Estancia”. Nosotros no conocíamos, pero sacamos la canción y la cantamos. Además, preparamos nuestras canciones a tres voces. El certamen se hacía acá en Corrientes y vinimos los tres participando de la delegación de Mercedes y ganamos como trío de voces”.

“Nos reunimos los tres y decidimos que íbamos a llevar el premio a la Cruz Gil. Y así fue, ganamos el premio y llevamos la placa a la Cruz Gil. Así fue el nacimiento de Los Hijos del Paiubre.

Después de un tiempo en La Plata, Julio volvió a Mercedes y en una de esas vueltas a su pago, en una reunión en el Tenis Club de Mercedes lo conoce a Julián Zini que estaba cantando “Qué triste debe ser llegar a viejo/con el alma y las manos sin gastar/qué triste integridad la del pellejo que nunca se jugó por los demás…”.

“Cuando escucho a este hombre cantando esta canción me tocó. Siempre presté atención a las letras porque eso fue lo que aprendí con mi abuelo. Entonces dije ‘esto me gustaría cantar a mi’. Pasó un tiempo, y en la casa de doña Nélida Arzuaga de Vallejos, que era mi profesora de canto, me encuentro con Julián, Carlitos Núñez y el Gringo Sheridan. Allí estaban ensayando porque Julián estaba por grabar un disco y ahí ensayaban”, señala Julio sin perder el hilo de la historia.

El padre Zini hacía canciones testimoniales y le costaba conseguir músicos para poder grabar. “Mientras ensayaban, yo opinaba. Por eso, Julián en un momento me invitó a participar y entonces le dije que ahí faltaba un músico. Y ese músico era Ricardo “Tito” Gómez. Él sabía todo lo referente a lo musical. Así fue que lo invito a Tito porque era algo importante, grabar era algo difícil, no grababan todos. Ahí teníamos la posibilidad de grabar. Le comenté a Tito que teníamos que preparar doce temas y no era tarea fácil pero él es músico y aceptó enseguida”, cuenta.

Los ensayos se hacían a la madrugada en la casa del paí Julián. “Te imaginás lo que decía la feligresía por el barullo que había en la casa del cura”, comentó jocoso Julio. “Ahí volvió a resurgir Los Hijos del Paiubre, con el padre Julián y anduvimos por todo el país con un género de canto testimonial y recuerden que en los años ’70 era difícil. Nosotros estábamos en la idea de pensarnos como argentinos y para pensarnos teníamos que resolver nuestra identidad como correntinos”.

“Era una cosa muy bohemia porque el padre Julián no quería cobrar para actuar. Y vivíamos de los amigos. Un empresario, Hugo Soma, de Mercedes, nos llevaba a todos lados. Era un bohemio como nosotros, pero tenía empresas y nos llevaba. Donde había que ir, acomodaba los tantos y nos íbamos”, recuerda Julio.

“Esto ya era una especie de militancia, una militancia dentro de la cultura y después cuando muere Perón empieza a agudizarse la cosa y Los Hijos del Paiubre tuvo que dejar de cantar. Ocurrió que el Gringo Sheridan vino a la conscripción acá Corrientes y nos quedamos sin bandoneonista, pero mi relación con Julián continuó y lo acompañé a Brasil, a Uruguay, trabajamos en un proyecto de investigación folclórica, en esto de saber qué es lo que somos para ver qué es lo que queremos ser”, dijo.

Luego, “en el año ’76, a fines del ’76, comienzo del ’77, el Gringo vuelve a Mercedes y me propone hacer un grupo. Ahí le dije para hacer presentaciones y en lugar de hacer chiste en medio de las canciones, vamos a poner poesía. Yo tomo la música, el chamamé es para mi un vehículo maravilloso, es una herramienta, no es un fin. El fin es el hombre argentino, es la sociedad organizada. Y allí está el nacimiento de Imaguaré”.

Por eso, “Imaguaré  tiene de entrada un lema ‘la búsqueda de un fundamento en el pasado, que estaba tapado, del que no sabíamos nada. No sabíamos de la gran experiencia artística que se vivió en las misiones”.

Cuando aparece Julián, con Los Hijos del Paiubre y con Los de Imaguaré, esto empieza a ser una militancia. “No me consideré nunca un músico, no me puse a estudiar nunca música. Yo estaba atrapado en la otra cuestión, estaba pensando en fundar la patria grande latinoamericana y en la que sigo creyendo, solo que han cambiado los tiempos y hay que buscarle nuevas forma. Pero el hecho de pensar como pensaba Bolívar o como pensaba Artigas de que la Nación latinoamericana tiene que ser una para poder SER en el mundo, sino no somos… somos objeto de las manipulaciones de los poderosos”.

El nacimiento de Imaguaré y la permanencia de la agrupación a lo largo de los años confirman que este camino iniciado por Julio “es para toda la vida, me casé con el chamamé y le fui fiel toda la vida”, resaltó. La historia ya tiene cinco décadas, pero el punto final no está a la vista y el sueño Imaguaré continúa, con cimientos firmes.

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