“Mi educación fueron los cafés de Montevideo”
Usted empezó dibujando…
Sí. En realidad tuve muchos oficios. No tuve educación formal. Tuve seis años de escuela primaria y uno de secundaria. O sea, siete años en total y de ahí en más se acabó. La educación me la dieron en estos cafés de Montevideo, que antes era la ciudad de los cafés, y ahora dejó de serlo. Éste –El Brasilero– es el último sobreviviente de toda una época. Quizás porque entonces había tiempo para perder el tiempo. Porque además estos negocios no son negocio. No son rentables, y el mundo de nuestro tiempo prohíbe lo que no es rentable. Aquí vos ves gente, tres mesas, cuatro. Uno puede pasarse diez horas con un pocillito de café, ya me dirás. El índice de productividad lo hace incompatible con las reglas de juego del mundo moderno. Y una de mis actividades era el dibujo. Además de muchas otras.
¿Cómo decidió que escribir sería su profesión?
No lo decidí, me fue ocurriendo a medida que iba rebotando en todo, que iba descubriendo que era un inútil total, que había nacido para no servir para nada, no tuve más remedio que refugiarme en esto que era lo que más o menos me salía, porque en el resto fui siempre un desastre. Quise ser muchas cosas y no pude ser ninguna. Entre otras, y como buen uruguayo, quise ser jugador de fútbol. Porque todos los uruguayos queremos serlo, nacemos gritando “gol”. Y fui un patadura desde el principio, un bochorno en las canchas de mi país, y nunca pude realizarme como jugador. Después, como tuve una infancia muy mística -era muy católico de verdad, muy creyente–, quise ser santo y fui peor que como jugador de fútbol porque tenía una vida claramente inclinada al pecado. Por el lado del dibujo tampoco llegué muy lejos. A los 14 años empecé publicando caricaturas políticas en el semanario socialista El Sol, que fueron mi ingreso al periodismo, pero nunca logré dejar de sentir que la brecha que se abría entre lo que quería decir y lo que podía decir dibujando era demasiado honda y demasiado grande.
“Lo que más me gusta es diagramar mis libros”
Ese amor por el dibujo y por la plástica lo hizo buscar algunos complementos para sus narraciones que no son casuales.
Sí, los dibujitos en los libros. Eso es porque en mi infancia me aburría mucho leer libros que no tuvieran “figuritas”, y entonces me juré, de chico, que alguna vez iba a hacer un libro con “figuritas” para mi propio placer. Y entonces me di el gusto. Pasado un tiempo pude diagramar mis propios libros, que es lo que más me gusta hacer. Y armar esas páginas que suelen contener dibujos que acompañan las palabras. Me da un placer enorme. Y también los “espacios de silencio”, los espacios blancos. O sea, este triángulo de palabras, dibujos y silencios es que me gusta mucho combinarlos en los libros.
Sigue estando el dibujante ahí…
Seguro. Y también en lo que escribo, porque no puedo escribir nada si antes no cierro los ojos y lo veo. Para escribir algo, alguna historia que escucho o que me ocurrió. Hasta las ideas necesitan ser vistas antes de ser convertidas en palabras, si no, no me salen.
“El premio a la coherencia es mirarse al espejo”
En 1971 publicó Las venas abiertas…. Y al repasar sus trabajos, todo parece una sola gran obra que siguió trabajando a partir aquel. La pregunta es: ¿cuál es el precio de esa coherencia y cuál es el premio?
El premio es mirarse al espejo cada día y reconocerse en ese bicho feo que el espejo te devuelve, sin remordimientos, sin pelearte contigo. Ese es el premio. Y el precio no sé qué decirte, alguno he pagado pero tampoco creas que gran cosa. Una vez le encargaron una misión difícil a un cangaceiro en Ceará… Yo esta historia la conozco de primera mano y sé que es verdad, aunque parece mentira. Muchas veces hay mentiras que dicen la verdad y verdades que mienten. Cosas raras de la vida. Y esta es una historia verdadera. Un cangaceiro, matador profesional de Ceará, allá en el año mil novecientos veintipico, le encargan una misión muy complicada por riesgosa, y le preguntan: “¿Tem coragem? (¿tiene coraje?)”. Y él contesta, “Coragem no sei, tenho costume (Coraje no sé, tengo costumbre)”. Es eso, coraje no sé si tengo, pero costumbre sí tengo.
“He ido de lo complicado a lo sencillo”
Una sensación: si bien su obra siempre fue irreverente en su contenido, a lo largo del tiempo fue siendo menos solemne, más amistosa. ¿Es un efecto buscado, ha sido involuntario?
No. Yo creo que he hecho el viaje al revés que otros escritores, que han ido de lo sencillo a lo complicado. Yo he ido de lo complicado a lo sencillo. Hace poquito, en uno de los lugares donde estuve, en Ourense, en Galicia, se me acerca un gallego viejo con una mirada muy dura, sin parpadear, que me dijo: “Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo”. Y tenía razón. Era una frase sabia, de esas que uno quisiera haberla dicho. Porque la tentación que corrés en una región del mundo como la nuestra, la latinoamericana, tan castigada por la inflación palabraria como por la inflación monetaria, la tentación en la que uno incurre es: “Bueno, ya que no somos profundos seamos complicados”. Y el estilo se va haciendo cada vez más indescifrable. Pero el viaje al revés, que es el viaje a la sencillez, a la transparencia, hacia la noble luz de la vela y el buen vaso de agua o de vino, son las cosas más elementales. Es un viaje muy complicado porque cada texto mío, estos textos breves, desnuditos, que tan sencillos parecen, son sencillos después de un largo trabajo de búsqueda de las palabras que vale la pena decir, de exclusión de las otras, de un largo trabajo de escribir un texto y volverlo a escribir…
Y desechar palabras…
Sí, sobre todo eso, según el consejo que me dio Juan Rulfo, quizás el mejor de todos, que escribió poco pero escribió para siempre, y que supo crear un lenguaje desnudo, al que no le sobra nada. Rulfo me dijo: “Para escribir hay que usar la punta del lápiz que tiene goma”. En el arte de escribir, suprimir palabras es tanto o más importante que encontrarlas. Para encontrarlas hay que saber suprimir las que sobran. Y es difícil, porque uno se encariña con las palabras que emplea.
Uno se enamora de ellas…
Sí, y ellas te golpean la espalda y te dicen: “Por qué me tratás así, si yo soy buena, qué te hice”. Y uno se conmueve, es difícil, pero no hay más remedio que matar a esas palabras que sobran. Hay que ser despiadado con ellas.
Alguna vez dijo que esa síntesis lograda en su texto sobre Camila O’Gorman y el cura Ladislao (“Ellos son dos por error que la noche corrige”), es una de las cosas que salvaría de todo. ¿Tiene presente un texto de otro escritor por el que, como decía Soriano, daría el brazo con el que escribe?
Sí, hay unas cuantas, pero la que elegiría en este momento es una de un gran relato de Cortázar, El Perseguidor, que es un homenaje a Charly Parker, al gran saxofonista, en el que dice, según Cortázar: “Esto lo estoy tocando mañana”. Esa es una de esas frases.
“En la letra chica, en las notas al pie, suele estar lo que me interesa”
En el último libro, en “Espejos”, se concentra en aquellos costados de la historia que los demás no ven o no quieren ver, ¿cómo llega ese momento de selección? ¿Cómo opta por esos retazos de una tela mucho más grande pero que epistemológicamente expresan mucho más que lo que esa síntesis permitiría sospechar? ¿Cómo dice “esto sí lo voy a incorporar, esto no”?
Los libros te escriben. Te van dictando lo que quieren ser. Crecen desde adentro hacia fuera, no al revés. Desde adentro y desde abajo. Están dentro de uno y después salen, y cuando uno quiere imponer desde afuera cosas que no siente de veras, no funciona. El resultado es ortopédico. Es un proceso que tiene que ver con la razón que organiza las historias, las palabras, pero mucho más con otros órganos del cuerpo, que no sé bien cuáles son. Un ingeniero amigo dice que en la historia humana lo único que se hace desde arriba son los pozos. Todo lo demás se hace desde abajo. ¡Y tiene razón! Yo siento que desde algunas profundidades que no sé dónde están ni qué son surgen historias que se van desarrollando. Que suelen tener a veces puntos de partida insignificantes, en apariencia. Puede ser algún recorte de diario, un pedacito de una conversación, algún recuerdo que me viene a la cabeza, una frase de un libro. Ahora estoy leyendo un libro que no me interesó demasiado, a pesar de que el tema es apasionante: la influencia del Islam en la Europa del Renacimiento. Pero de ese libro hay una cosita que me quedó: pues que la reina Isabel, la reina de las obras de Shakespeare, Isabel de Inglaterra, había sido vasalla del sultán turco de Estambul. Yo no lo sabía. Había aceptado el vasallaje ante el sultán turco de Estambul, porque le tenía mucho miedo a los españoles por las guerras religiosas que ya en ese entonces se tomaban. Después con Enrique ya cobraron forma.
Como parte de una táctica…
De protección militar. Pero eso de que una reina británica del prestigio de Isabel, que fue socia de los piratas, de Francis Drake, de Morgan, que desvalijó cuanto galeón español andara surcando la mar, y que además fundó, por medio de su gran poeta William Shakespeare –que para cualquier reina o rey sería un lujo tenerlo– pero que de algún modo funda el prestigio del imperio británico, asociado a su nombre, a su obra, una mujer muy fuerte… Que haya sido vasalla del sultán de Estambul, para mí fue una sorpresa. No sé si alguna vez usaré ese dato para algo, pero es una muestra de ese dato que te llama, y suele ser lo que está en letra chiquita, en cuerpo tres, ahí, al pie de las páginas, donde se echa la basura. Ahí suele estar lo que de veras me importa a mí.
“Marx y Jesús son inocentes de las barbaridades cometidas en su nombre”
Hablando de su nuevo libro, hay mucha paradoja en ese material…
Sí. Y bueno, la contradicción es el motor de la historia y de la vida humana. Por ejemplo, la historia de Michele De Cuneo, que incluí en el primer tomo de la Memoria del Fuego, en las crónicas de la época aparece muy al pasar y en letra chica, sin ninguna importancia. Colón le regala una india, una muchachita, en el Mar Caribe, por su buena conducta. Don Michele contó que hizo uso de su derecho de propiedad sobre lo que había recibido, contra la voluntad de ella, que no quería. Pero en mitad de ese abrazo obligatorio, ella se despertó de una manera que él no sabía explicar, le hizo el amor de un modo que él no había supuesto que una mujer podía hacer el amor a un hombre porque estaba acostumbrado a unos objetos pasivos llamados “mujeres” de pelo largo y tetas. Él descubrió que podía darse al revés, y la conclusión a la que llegó fue que las indias eran todas putas. Qué paradoja: cuando descubre que el amor puede ser de veras el resultado de un abrazo entre dos, y no de un acto de uso de la propiedad de uno sobre otro, él lo interpreta así. Claro, con su cabeza de europeo del Renacimiento. Y es muy revelador también de lo que pasaba con el sexo en el Caribe y en otros espacios libres, no controlados por una organización estatal ni por sus reflejos imperiales, el sexo era libre y ésa era una prueba de la presencia del Demonio en estas tierras. Irrefutable, además. Era indudablemente Satán quien estaba detrás del cuerpo de esa mujer que lo había dejado frito al pobre Michelle.
¿De dónde sale esa fertilidad de América Latina para las paradojas?
El mundo es paradójico. No somos especialmente paradójicos nosotros. Lo sabía Lao Tsé, después lo confirmó Hegel, Marx lo heredó. Y yo fui formado en un materialismo dialéctico que, aunque después los alumnos del “barbudo” se olvidaron, es una filosofía de la contradicción. Después la contradicción fue excomulgada, fue condenada como herejía por los regímenes que actuaron en nombre de Marx, que es inocente de las barbaridades que se cometieron invocándolo, como Jesús fue inocente de las atrocidades de la Santa Inquisición.
El Uruguay, esa paradoja inexplicable
La paradoja más notable del Uruguay, es que con tres millones de habitantes, ha prohijado una riqueza cultural asombrosa. Por nombrar rubros distintos, desde Zitarrosa y Francescoli, hasta Jaime Roos y Sábat… ¿Encontró alguna explicación?
No sé. Es cierto es que aquí ha habido una tierra fecunda, propicia para el desarrollo de la energía creadora, y que eso duró muchos años. Todavía está, pero ya no tiene la fuerza que tenía.
¿En qué nota que pierde fuerza?
Por ejemplo, en el fútbol, que para mí es tan importante y es tan revelador de todo lo demás. Para todos es un misterio. ¿Cómo es posible que un país que tiene menos habitantes que un barrio de San Pablo o de Buenos Aires pudiera generar dos campeonatos mundiales de fútbol, dos Olimpíadas cuando los mundiales, una enorme cantidad de campeonatos sudamericanos y de competencias y torneos de selecciones nacionales o de equipos? Es estadísticamente inexplicable. Ahora me dio mucha alegría que España le ganara el campeonato a Alemania, jugando un fútbol más audaz, al gusto de cualquiera que tenga buen gusto, porque este estilo de juego basado en la pura velocidad y la pura fuerza no es lo mejor que le puede ocurrir al desarrollo del fútbol como una danza con pelota. Al mismo tiempo dije “bueno, era hora”, porque no ganaban ningún título internacional desde 1964, eran 44 años de ayuno. Fijate que España tiene muchísimos más habitantes que el Uruguay y muchísima más fuerza económica. ¿Cómo es posible que Uruguay sí y España no? Una cosa rarísima. Yo creo que la explicación, si es que alguna hay, tiene que ver con la tremenda energía creadora que se desató en Uruguay hace un siglo. Hace un siglo hubo aquí un proceso muy interesante de desarrollo de un Estado muy fecundo de la mano de don José Batlle y Ordóñez, que fue un profeta en tierras latinoamericanas. Porque, en buena parte, las reformas que en Argentina hicieron Yrigoyen, Perón o que están por hacerse todavía, en Uruguay estaban hechas a principios de siglo. La separación de la Iglesia y el Estado, la nacionalización de los servicios públicos…
La Ley de Divorcio, la primera que le permitía solicitarlo a la mujer…
Sí, mi abuela era divorciada, y no era la única. La ley de trabajo de ocho horas antes que en Estados Unidos y casi todas las reformas que se te ocurran… Uruguay las hizo antes que los demás. Y eso implicó también el desarrollo de una educación pública, laica, gratuita y universal que incluía la mente y el cuerpo. O sea que no divorciaba la cabeza del cuerpo. De modo que la educación era la educación física también. Entonces el país se pobló de campos de deportes en aquel tiempo. Y de estadios. Y se impulsó de un modo muy enérgico el desarrollo de la educación física en el país, el deporte. Y eso hizo que Uruguay deslumbrara a Europa en 1924 y 1928 como la deslumbró. Y también porque el Uruguay fue un país profético en algunos espacios que al Brasil, por ejemplo, le costó mucho superar, como el peso de las tradiciones racistas. El Uruguay fue el primer país del mundo que tuvo negros en la selección nacional, tanto que en el año 1919 Chile exigió que se anulara el partido que había consagrado al Uruguay campeón sudamericano porque “el Uruguay había alineado a dos africanos”. Eran negros, pero no eran africanos, eran de acá. En cambio en 1921, el presidente de Brasil, Epitafio Pessoa, que tiene una lindísima calle que le rinde homenaje en Rio, prohibió que hubiera negros en la selección nacional para que no fueran a creer en el extranjero que Brasil era un país africano. Esas tradiciones racistas le impidieron a los negros jugar al fútbol libremente y lucirse, como se lució José Leandro Andrade en las Olimpíadas de París deslumbrando a Europa. Yo creo que todo eso fue parte de un impulso creador muy importante que este país vivió y que después tuvo su freno, como suele ocurrir, con su ciclo de ascenso, después comenzaron las crisis económicas a herir cada vez más profundamente esa capacidad creadora. Fue perdiendo pie y ahí se puso en evidencia que esas reformas de principios de siglo se habían quedado a mitad de camino. Por ejemplo, no habían tocado la estructura agraria. En este país no hubo reforma agraria, y eso implicó un traslado masivo de población hacia las ciudades, un despoblamiento progresivo del campo, y un atraso general en la producción agropecuaria que se hizo sentir porque era la base de la economía nacional, una base poco sólida.
“La única cultura que no fue cómplice con las dictaduras”
Esas contradicciones fueron aflorando con el paso de los años, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, este país marchó de decadencia en decadencia, una especie de tobogán desembocó en la hemorragia de la población joven. El Uruguay fue perdiendo jóvenes y ahora, si te asomás a la calle, verás que hay más sillas de ruedas que cochecitos de bebés. Los jóvenes se fueron y se siguen yendo. Y eso ha hecho que el país perdiera lo más importante, que es la fuerza dinámica de la juventud, la de las generaciones nuevas.
Y a pesar de todo eso…
A pesar de todo eso, este país vale la pena por muchas cosas. Me gusta vivir acá y sentirme parte de una cultura en la que soy gota de un río, nomás, pero es una cultura de la que me siento muy orgulloso, porque fue la única cultura latinoamericana que no tuvo cómplices con las dictaduras militares. Ni uno solo. No hubo ni una sola figura de alguna relevancia, en el campo de las artes o de las ciencias, que fuera cómplice de la dictadura militar. Esa es una fuente de orgullo. Es una cultura digna. En los demás países no ocurrió. Muchas figuras prominentes, brillantes, aplaudieron las carnicerías y se sometieron con sumo placer a la humillación militar.
“Menos mal que Marx no se metió con Artigas”
El Mercosur ¿es el primer paso hacia el sueño de Artigas, San Martín y Bolívar o es un negocio para empresarios argentinos y brasileños? ¿Es un paso hacia la Patria Grande? ¿O es sólo un acuerdo comercial que concluye ahí?
No, está recién empezando, es una perspectiva…
Tiene algunos añitos…
Sí, pero son procesos muy lentos. Cuando vos tenés países organizados para la división, para el rencor mutuo, y el mutuo desprecio, amaestrados para mirar hacia fuera, hacia Estados Unidos o Europa… Esta mala costumbre de escupir al espejo de desquererte y de desquerer a tus vecinos, y de ser posible odiarlos, hace que estos procesos de integración sean dificultosos. Y no se van a superar esas dificultades mientras no exista una conciencia clara de que la economía es muy importante, pero es nada más que un pedacito de la realidad, y que los grandes cambios culturales están por hacerse. Debemos juntarnos, y no sólo para defender el precio de nuestros productos, sino también, y sobre todo, para defender el valor de nuestros derechos.
¿Por qué la izquierda latinoamericana no suele hablar de Artigas? Hablan de San Martín, de Bolívar… Cierto que Marx no dio noticias de él, pero…
Igual, Marx metió la pata cada vez que habló de América Latina. Mejor que no hablara de Artigas. No hay que hablar de lo que uno no conoce. Y él habló de lo que no conocía para ganarse unos pesos en la Enciclopedia Británica. Tampoco fue porque le encantara la idea, sino porque no tenía más remedio. Artigas fue muy importante, mucho más de lo que se reconoce; fue el primer ciudadano ilustre del Mercosur, primero porque fue quien con más ahínco luchó para que no se rompiera el mapa de la Patria Grande, y segundo, porque de todos los héroes de la independencia fue el que tuvo la conciencia social más clara. No quiso que la independencia fuera lo que fue: una emboscada contra los hijos más pobres de América. Esa doble dimensión lo agiganta. Artigas hizo la reforma agraria medio siglo antes que Lincoln y un siglo antes que Zapata. Claro que es un tipo muy reivindicable, pero ¿por qué se lo ha olvidado? ¿Por qué no ocupa el lugar que debería ocupar? Porque como jefe militar no tuvo mucho talento. No fue un buen jefe militar, y nosotros aprendemos una historia militar. Puros nombres de batallas. Por eso yo fui el peor estudiante de Historia. La odiaba. ¡Y después escribí tanto de historia! Pero odiaba la historia porque era una sucesión de batallas inverosímiles, donde todos los héroes morían pronunciando frases larguísimas y eran señores de bronce con los que yo no tenía nada que ver. Yo decía: “¿Y estos tipos qué son, de mármol, de bronce? No lloran, no se enamoran. No tienen miedo. ¿Qué tienen que ver conmigo?”. Ir a historia era una visita al museo de cera. Un desfile de próceres recién salidos de la tintorería, ¿cómo era posible que tuvieran esos uniformes tan lustrosos? Si era verdad que vivían de batalla en batalla… Artigas no tenía nada que ver con eso. Él gobernó sentado encima de un cráneo de vaca, bebiendo ginebra de un cuerno. El único lujo que se daba era que tenía dos y hasta a veces tres secretarios, pero eso se explica por la falta de papel carbónico. Los secretarios eran el duplicado, la copia. Ese fue el único lujo que se dio. Fue el hombre más sencillo del mundo, gobernó para los sencillos y habló poquísimo.
Pero lo que dijo…
Lo que dijo valía la pena. Sigue siendo peligroso, y peligroso con razón. En Espejos, hay un capítulo chiquito de esos que me gusta hacer, que se llama “Dos traidores”. La diferencia de Artigas con Sarmiento. Yo digo que los dos eran traidores. Sarmiento escribió siempre contra Artigas, de la más violenta manera, lo odiaba: “Degollador”, “vagabundo”, “bandolero”, “contrabandista”, “analfabeto”, de todo le decía. Pero en el último libro escribe: “lo peor, traidor a su raza”. Y yo en este escrito digo: “es verdad”. Y es verdad que Sarmiento era traidor a la suya, porque si uno ve las litografías se da cuenta que ése era lo menos parecido a un noruego que pueda nadie imaginar. Era evidente que su rostro delataba un origen del que él estaba muy avergonzado. Entonces era aquella concepción de que esta tierra sólo podía mejorar importando gente que tuviera el aspecto que tenía Artigas, que era blanco de ojos claros. Pero Artigas se jugaba por los negros, por los indios, por los gauchos, por los mulatos, por los descalzos, por los humillados y Sarmiento, en cambio, el único gesto generoso que tuvo en la vida fue fundar la Sociedad Protectora de Animales.
“Todo lo que avance hacia la igualdad de derechos es bueno”
Usted tiene un texto que tuvo una gran significación tras la caída del Muro, para muchos que se sientieron “perdidos en la intemperie como un niño”. ¿Por qué sigue vigente el anhelo del socialismo y por qué no le afectó esa terrible experiencia a ese ideal?
Sí, yo me lo pregunto también. No sé por qué. Es una prueba de la existencia de Dios (se ríe), porque ¿cómo es posible que yo todavía pueda seguir creyendo? Bueno, lo creo por oposición al sistema dominante, hoy en día unánime o casi en el mundo, el sistema capitalista. Yo no creo que el capitalismo tenga destino, porque a partir de que el capitalismo se desarrolla, desarrolla sus contradicciones, algunas de las cuales fueron muy astutamente detectadas, reveladas por Marx, y que siguen estando ahí. El desarrollo del capitalismo es el desarrollo de una desigualdad creciente entre los que tienen y los que necesitan y, además, conlleva contradicciones que no tienen remedio, porque cuando “el barbudo” descubrió la ley de la tasa decreciente de ganancia descubrió también la principal paradoja del sistema. El sistema necesita brazos baratos y mercados ampliados, pero si los brazos baratos, baratísimos, no pueden comprar, los mercados no se pueden ampliar. Y después, en alguna de sus obras, aunque no lo llegó a desarrollar porque fue un hombre de su tiempo, pero otras contradicciones que él ya apuntó y que ahora son notorias indican que el desarrollo de este sistema capitalista implica la desaparición del planeta. O sea que este proceso en el que estamos metidos con tanto entusiasmo envenena el agua, la tierra y el aire. Yo agrego el alma, aunque eso no es un tema ecológico pero me interesa mucho, porque también envenena el alma de la gente. Pero hablemos sólo de lo que podría ser eso que llaman “el medio ambiente”, que ya no es ni cuarto ni tercio, el poco ambiente que al mundo le queda. A medida que este sistema se va desarrollando se hace cada vez más urgente la mudanza a algún otro planeta, no sé si ya la tienen estudiada los amos del mundo. ¿Adónde se van a ir? ¿A Plutón, a Júpiter? Porque aquí no va a ser más habitable, al ritmo que llevamos. Un sistema fundado en la rentabilidad donde todo lo rentable es bueno y lo que no es rentable está prohibido, conduce al suicidio universal. Entonces, por oposición a eso, uno dice “bueno, habrá que inventar algo nuevo se llame como se llame”. La palabra “socialismo” ha sido muy desprestigiada, no sólo por el mal uso de ella hizo un sistema que ejerció la dictadura de la burocracia en nombre de la dictadura del proletariado y que trató al pueblo como si fuera menor de edad o como si fuera débil mental, sino también por la socialdemocracia que se dedicó a maquillar el sistema capitalista y a tratar de salvarlo dentro de lo posible mintiendo palabras y engañando multitudes. Es un término desprestigiado. Pero de algún modo hay que llamar a esto que tenemos que oponer para que otro mundo sea posible. A mí no me importan tanto los nombres como las realidades. Yo creo que hay que inventar. Utilizar la experiencia de ese siglo veinte, tan lleno de fracasos y desastres. Aprender de lo que pasó para no repetirlo, para hacerlo de modo radicalmente diferente.
Hobsbawm dice que en el corto siglo XX la única revolución exitosa fue la de la mujer…
Sí, eso es lo que dice don Eric, y hasta cierto punto es verdad, pero se ha avanzado en otras cosas también. Y lo de la mujer todavía falta mucho para llegar a la igualdad plena de derechos. Pero a mí cuando me dicen “Vos tanto jodiste, tanto rompiste las bolas con lo de las mujeres y los negros que el sistema capitalista, en su infinita perversidad, te regaló a Condoleeza Rice”. Ya me lo han dicho varias veces. Y yo digo, cierto, pero es que yo no creo que las mujeres y los negros sean mejores que los hombres y los blancos. ¡Somos la misma basura y la misma maravilla, todo al mismo tiempo! De lo que se trata es de que tengamos las mismas posibilidades. Que la igualdad de derechos sea real, porque si no es solamente formal. Pero que sea real, que esté. En eso yo no coincido con amigos que dicen “pero qué vas a creer en Obama”. Yo no creo ni dejo de creer, simplemente el hecho de que el Partido Demócrata haya estado disputando la candidatura a la presidencia del planeta entre un mulato y una mujer, me parece muy positiva, al margen de lo que yo crea de Hillary o de Obama… Simplemente se trata de la igualdad de derechos, de todo lo que avance hacia la igualdad de derechos es bueno. Al margen de lo que cada uno pueda opinar de los actores en esa aventura de la conquista de la igualdad, que va a llevar mucho tiempo todavía, se ha avanzado. En el libro yo cuento una cantidad de historias que ocurrieron hace un ratito nomás, en el año 1943. En términos históricos son 15 minutos. Nada. El Pentágono prohibió las transfusiones de sangre negra. Cuando Estados Unidos entra en la Segunda Guerra Mundial, ya empiezan a funcionar los bancos de plasma y entonces el Pentágono prohíbe la transfusión de sangre negra. Y el director de la Cruz Roja era negro, un hombre que salvó millones de vidas. Entonces dice: “Esto de la sangre negra es un disparate, la sangre es roja, ¿dónde vio alguien sangre negra?”. Y lo renunciaron. Después murió y ahora la Cruz Roja en Estados Unidos se llama Charles Drew, lleva su nombre. Porque la historia humana, que es un oficio de hipócritas, se lleva bien con los muertos y mal con los vivos.
(recuadro)
El malo de la película
El conflicto tan doloroso por la situación de Botnia, ¿cree que dejará secuelas muy grandes entre estos pueblos?
Las secuelas no las va a dejar el conflicto, sino que la va a dejar la explotación despiadada de este suelo nuestro oriental, tan chiquito, por cuatro, cinco, tal vez seis empresas gigantes dedicadas a la celulosa, que es una industria devastadora de la naturaleza. Esas son las secuelas que van a quedar. Pero tampoco sobre eso me quiero extender porque no quiero hacer siempre de malo de la película, y yo soy siempre el que habla de esto. Que hablen otros. No quiero hacer siempre yo el papel del malo porque estoy cansado de eso.
Cómo lo vi
Por A.S.
El periodista no puede ser objetivo. Es un sujeto. Pero puede ser honesto. En este caso, fuerza es reconocer que más que un trabajo, entrevistar a Eduardo Galeano era un placer pendiente. Para quien inició su camino de descubrimiento de realidades apuntalado por Las venas abiertas de América Latina, un mano a mano con este ilustre del Sur –aunque él se empecine en que aceptó el premio en nombre del General de los Sencillos– era un obsequio por concretar. Frases como “Ante lo que pasa, o te indignas o eres indigno” o “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder” han quedado marcadas en la conciencia de muchos y se adelantaron al análisis de la globalización. Su mirada sobre el panorama actual, sus opiniones –siempre controvertidas, siempre fundadas, siempre disruptivas– semejan cada tanto una bocanada de aire imprescindible para seguir adelante. Además: los entrerrianos somos la República Occidental del Uruguay. Y las secuelas que ya existen entre los habitantes de ambas márgenes del río no son pocas. Su visión sobre el conflicto por la pastera no es la más común en el Uruguay. Y había varias pregunta: ¿Por qué Botnia no y la soja o Papel Prensa sí? ¿Por qué algunos cortes son malos y otros buenos? ¿Qué debieron hacer los gobiernos en lugar de lo que hicieron? Pero el autor de la Memoria del Fuego no quiso hablar sobre este asunto. “Que hablen otros que aún no lo han hecho”, dijo. “Ya hablé demasiado y no quiero seguir siendo el malo de la película”. Está cansado, y se le nota. La enfermedad contra la que viene luchando ya le quitó un pulmón, pero le da batalla. Su último libro, Espejos, emociona y revela, como lo sugiere su título, sólo a quienes quieren ver lo que el reflejo muestra. Galeano es uno de los que puede mirarse en él y verse, sin sombras inesperadas.