**Columna de Neurociencias (por Dr. Hugo Valderrama)
Todo lo que caracteriza a la paternidad puede encontrarse, en términos de las ciencias neurológicas, en la oxitocina: un neurotransmisor y hormona a la vez que ha ganado su puesto trascendental durante la carrera evolutiva. Crédito: Gentileza.
El cerebro humano posee la potencial capacidad de desarrollar una red de circuitos especializados en el cuidado de sus hijos. Redes implicadas en funciones de vigilancia, establecimiento de prioridades, recompensa, motivación, interacción social y empatía.
Si el padre tiene la atención sobre su hijo, primero se activan y refuerzan las redes de los lóbulos frontales y temporales, relacionadas con la identificación y la vinculación. Cuanto más se implica en la crianza, la amígdala pasa de detectar automáticamente las amenazas propias, a también hacerlo con las amenazas que puede sufrir el hijo.
Muchos padres comentan no sentir el mismo nivel de interés sobre la paternidad hasta el momento en que tienen al bebé en brazos, instante en el que se produce —según admiten— un cambio en los sentimientos, una inesperada tempestad emocional. Estas sensaciones son debidas a cambios estructurales, que responden a una sustancia producida por el cerebro: la llaman “la hormona del amor”, el “pegamento social”, “la hormona de los vínculos”… La oxitocina.
Primitiva y pequeña, la molécula de oxitocina que es neurotransmisor y hormona a la vez, ha ganado su puesto trascendental durante la carrera evolutiva. Empezó encargándose de mantener el balance adecuado de sal y agua, luego pasó a ocuparse de las conductas reproductoras y maternales, de las relaciones interpersonales, de pareja, con la familia, amigos, etcétera. Y cuando los hombres se involucran en el cuidado de los hijos, la ciencia ha comprobado que la oxitocina también está detrás. Frente a la paternidad, impulsa desde el aprendizaje y la memoria hasta el reconocimiento de las emociones.
Con el fin de investigar los mecanismos neurales implicados en la oxitocina y la conducta paterna, el laboratorio del antropólogo James Rilling, de la Universidad Emory (EE.UU.), utiliza imágenes de resonancia magnética funcional (FMRI) para comparar la actividad neural en hombres con y sin dosis extra de oxitocina, administrados a través de un aerosol nasal. Los participantes en el experimento fueron los padres de niños sanos, entre uno y dos años.
Mientras se les sometía a escáneres cerebrales con resonancia magnética funcional, a cada participante se le mostró una foto de su hijo, una foto de un niño que no conocía y otra foto de un adulto desconocido.
Cuando veían una imagen de sus hijos, los participantes a los que se administró oxitocina mostraron significativamente mayor actividad neuronal en los sistemas cerebrales, asociadas con la recompensa y la empatía, en comparación con el placebo. Este incremento de actividad (en el núcleo caudado, corteza cingulada anterior dorsal y la corteza visual) sugiere que las dosis de oxitocina pueden aumentar los sentimientos de recompensa y de empatía en los padres, así como su motivación para prestar atención a sus hijos.
Gracias a la gran plasticidad del cerebro para integrar las redes emocionales más antiguas con las sociocognitivas, el padre logra una conexión con su hijo que les permite estar más atentos a sus necesidades, independientemente de la relación biológica que exista entre el adulto y el niño. El gen ancestral de la oxitocina tiene más de 500 millones de años de antigüedad, está presente en todos los vertebrados y es fundamental para los mamíferos que necesitan del grupo para su supervivencia, como el ser humano.
(*) Médico neurólogo – Máster en Neurociencias (Mat. 5010)
