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23 noviembre, 2024
VIVIR PLENAMENTE
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¿Quiere vivir más? Considere los aspectos éticos

La carrera por la longevidad plantea cuestiones como estas: ¿una vida más larga es algo bueno?, ¿prolongar la vida podría ser perjudicial para los demás?

Prolongar la vida ‒es decir, utilizar la ciencia para ralentizar o detener el envejecimiento humano de manera que la gente viva mucho más de lo que vive de manera natural‒ puede ser posible algún día.

Las grandes empresas se están tomando en serio esta posibilidad. En 2013, Google fundó una compañía llamada Calico para desarrollar métodos de prolongación de la vida, y los multimillonarios de Silicon Valley Jeff Bezos y Peter Thiel han invertido en Unity Biotechnology, cuya capitalización bursátil es de 700 millones de dólares. Unity Biotechology se centra sobre todo en la prevención de las enfermedades relacionadas con la edad, pero es posible que sus investigaciones lleven a descubrir métodos para frenar o evitar el envejecimiento en sí.

Desde mi perspectiva de filósofo, esto plantea dos cuestiones éticas. En primer lugar, ¿una vida más larga es algo bueno? Y en segundo, ¿prolongar la vida podría ser perjudicial para los demás?

¿Es bueno vivir eternamente?

No todo el mundo está convencido de que prolongar la vida sea bueno. En un sondeo realizado en 2013 por el proyecto Religión y Vida Pública del Centro Pew de Investigación, a algunos entrevistados les preocupaba que la existencia pudiese llegar a resultar aburrida, o que se perdiesen las ventajas de envejecer, como adquirir una mayor sabiduría o aprender a aceptar la muerte.

Algunos filósofos, entre ellos Bernard Williams, han compartido esta preocupación. En 1973, Williams argumentó que la inmortalidad se volvería insoportablemente aburrida si uno no cambiaba nunca. Asimismo, sostuvo que si las personas cambiaban lo suficiente como para evitar el aburrimiento insoportable, acabarían transformándose hasta tal punto que serían totalmente diferentes.

Por otra parte, tampoco todo el mundo está seguro de que una vida más larga sea algo malo. Yo no lo estoy. Pero esa no es la cuestión. Nadie propone obligar a nadie a que utilice las técnicas de prolongación de la vida y, por respecto a la libertad, no se debería impedir a nadie que hiciese uso de ellas.

Un residente de un centro alemán de la Tercera Edad.
Un residente de un centro alemán de la Tercera Edad. PATRICIA SEVILLA CIORDIA
El filósofo del siglo XIX John Stuart Mill defendía que la sociedad debe respetar la libertad individual cuando se trata de decidir qué es bueno para nosotros. En otras palabras, es un error interferir en las opciones de vida de alguien incluso cuando las decisiones que toma son malas.

No obstante, Mill sostenía también que nuestro derecho a la libertad está limitado por el “principio del daño”. Este principio establece que el deber de no causar daño a los demás restringe el derecho a la libertad individual.

Los posibles perjuicios son muchos. Los dictadores podrían vivir demasiado, la sociedad podría volverse demasiado conservadora y reacia al riesgo, y puede que hubiese que limitar las pensiones, por mencionar solo algunos. Uno de los más destacados desde mi punto de vista es la injusticia del acceso desigual.

¿En qué consiste este cuando se trata de la prolongación de la vida?

¿Solo al alcance de los ricos?

Muchas personas, entre otros el filósofo John Harris y los participantes en el sondeo del Centro Pew, temen que la prolongación de la vida solo esté al alcance de los ricos y aumente todavía más las desigualdades ya existentes.

Ciertamente, es injusto que haya gente que viva más que los pobres porque dispone de mejores cuidados médicos. Todavía sería mucho más injusto que los ricos pudiesen vivir más décadas o siglos que los demás y dispusiesen de más tiempo para consolidar sus ventajas.

Algunos filósofos proponen que la sociedad debería impedir la desigualdad prohibiendo la prolongación de la vida. Es la igualdad por la negación: o todos tienen acceso a ella, o no lo tiene nadie.

Sin embargo, como señala el filósofo Richard J. Arneson, la “nivelación hacia abajo” —lograr la igualdad empeorando la situación de algunas personas sin que mejore la de nadie— es injusto.

Efectivamente, tal como sostengo en mi reciente libro sobre la ética de la prolongación de la vida, la mayoría de nosotros rechazamos la nivelación hacia abajo en otras situaciones. Por ejemplo, no hay suficientes órganos humanos para trasplantar, pero nadie piensa que la respuesta sea prohibir los trasplantes.

Además, es posible que prohibir o frenar el desarrollo de la prolongación de la vida solo sirviese para retrasar el momento en que la tecnología fuese lo bastante barata como para que todo el mundo accediese a ella. Antes los televisores eran un juguete para ricos. Hoy en día los tienen hasta las familias pobres. Con el tiempo podría pasar lo mismo con el aumento de la esperanza de vida.

Para que haya justicia, la sociedad tiene que subvencionar el acceso a la prolongación de la vida en la medida en que pueda permitírselo, pero no prohibirla solo porque no es posible proporcionársela a todo el mundo.

¿Una crisis de superpoblación?

Otro posible perjuicio es que el mundo llegaría a estar superpoblado. A mucha gente, entre la que se encuentran los filósofos Peter Singer y Walter Glannon, le preocupa que la prolongación de la vida humana pudiese causar un exceso de población, contaminación y una escasez de recursos graves.

Como han propuesto algunos filósofos, una manera de evitarlo es limitar el número de hijos una vez haya aumentado la esperanza de vida.

Esto sería muy difícil políticamente, y muy duro para aquellos que quieren vivir más. No obstante, intentar prohibir la prolongación de la vida sería igual de difícil, y negar a la gente una mayor longevidad sería igualmente duro para ella, si no más. Por severo que resulte, limitar la reproducción es una manera mejor de respetar el principio del daño.

¿La muerte sería peor?

Otro posible perjuicio es que la generalización de la prolongación de la vida haría la muerte peor para algunas personas.

En igualdad de condiciones, es mejor morir a los 90 años que a los nueve. A los 90 no te pierdes demasiados años, pero a los nueve te pierdes la mayor parte de tu posible vida. Como sostiene el filósofo Jeff McMahan, la muerte es peor cuantos más años te quita.

Ahora imaginemos que la gente que viviese en un barrio mucho más rico no tuviese que morir alrededor de los 90 años, sino que pudiese permitirse prolongar su vida y llegase a los 190, y que usted no pudiese permitírselo y muriese a los 80. ¿Su muerte no sería tan mala, ya que solamente se perdería unos pocos años, o sería todavía peor debido a que, si hubiese accedido a la prolongación de la vida, podría haber llegado los 190? ¿Se perdería 10 años o 110?

En un mundo en el que algunas personas accediesen a la prolongación de la vida y otras no, ¿de cuántos años te privaría la muerte en realidad?

Tal vez la medida correcta sea el número de años que la prolongación de la vida te otorgaría, multiplicado por la probabilidad de obtenerlos. Por ejemplo, si una persona tuviese un 20% de probabilidades de llegar a los 100 años, la fatalidad de su muerte se incrementaría en una medida equivalente a los años a los que habría llegado si su vida hubiese durado lo normal, más otros 20.

En tal caso, el hecho de que algunas personas pudiesen acceder a la prolongación de la vida aumentaría en cierta medida la fatalidad de la propia muerte. Es un perjuicio más sutil que el de vivir en un mundo superpoblado, pero un perjuicio al fin.

Sin embargo, no cualquier perjuicio tiene entidad suficiente para prevalecer sobre la libertad. Al fin y al cabo, existen nuevos tratamientos médicos muy caros que permiten prolongar la duración normal de la vida, pero, aunque conviertan la muerte en algo ligeramente peor para aquellos que no se los pueden permitir, nadie piensa que habría que prohibirlos.

Creo que la prolongación es la vida es algo bueno, si bien supone una serie de riesgos para la sociedad que deben ser tomados en serio.

John K. Davis es catedrático de Filosofía de la Universidad del Estado de California en Fullerton.

Cláusula de divulgación:

John K. Davis es catedrático de Filosofía de la Universidad del Estado de California en Fullerton. Su investigación sobre la prolongación de la vida ha sido financiada en parte mediante una beca de la Fundación Templeton a través del Proyecto Inmortalidad. La editorial del Instituto de Tecnología de Massachusetts le proporciona fondos en calidad de miembro de The Conversation USA.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web The Conversation.

Traducción de News Clips.

Fuente: El País de España.

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