Por Laila Emilia Daitter
“Entre sus manos cobija un libro insinuando risa. Sus ojos de azúcar buscan mi mirada para comenzar con un: “Había una vez…” . Poco a poco su voz dibuja monos que hacen piruetas, elefantes que ocupan mucho espacio, duendes con barbas mágicas, princesas durmientes, bichos bolitas solitarios, brujas con complejo, palacios eternizados, tortugas coquetas, pajaritos remendados, genios escondidos en lámparas, alfombras que vuelan hacia lugares lejanos, semillas que crecen hacia el cielo donde habitan los ogros malos, hadas madrinas con sus varitas de deseo y patitos feos que abrazan cisnes encantados. Las muecas de su cara hechizan el aire, me pierdo en las nubes de las palabras y saboreo cada hoja que entorna con sus dedos inquietos. De pronto, algo me envuelve como el abrazo tibio de una crisálida. Hasta que un “Colorín Colorado…” se torna en conjuro. Entonces, me bajo de las nubes, aleteo buscando entre sus ojos, recorro las arrugas de sus manos, espío los colores del libro por última vez absorbiendo el aroma de sus hojas y descubro que me crecieron alas”.