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21 noviembre, 2024
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El desconocimiento: el mayor déficit en la producción de políticas sociales

Por Alejandro Miravet
Periodista Gerontológico
Asistente Gerontológico Integral (Sociedad Argentina de Geriatría y Gerontología)

Nadie debe dudar de las buenos propósitos de los políticos en el gobierno (o buscando estar ahí), pero no es menos cierto que el camino al error está sembrado de buenas intenciones si éstas no se sostienen en el conocimiento cabal de la materia.

Y cuando hablamos de políticas sociales, muchas veces esas buenas intenciones se basan en una lógica de raro sentido común, que poco tienen que ver con las reales necesidades de las personas a quien debe dirigirse esa acción.

El hombre es un sujeto de necesidades desde su nacimiento y busca satisfacerlas de diversas maneras, con ayuda al principio, por sí solo más adelante y luego con nuevas ayudas hacia el atardecer de su vida.

Creer que la vejez está asociada a la enfermedad como nexo vinculante inexorable es un tremendo error.

Los viejos, ancianos, personas mayores, adultos mayores, o como ustedes prefieran ubicarnos (por favor, destierren los nominadores comunes de jubilados/abuelos), somos sujetos de necesidades a satisfacer como todos los demás grupos etarios.

Nos ampara ampliamente la Convención Interamericana de Derechos Humanos de las Personas Mayores, como si hubiera necesidad de establecer un encuadre específico para nosotros. Pues bien, hubo que hacerlo porque la familia, la sociedad, el Estado, nos incluían parcialmente en el mejor de los casos, aunque la exclusión sigue siendo moneda corriente.

Solo les recuerdo que Argentina adhirió a dicha convención en 2017 y es como que se está tomando su tiempo para proceder con las adecuaciones del marco jurídico para que esas leyes retomen el proceso inclusivo que nos corresponde, como a todos.

Repetiré hasta el cansancio que si van hacer algo por nosotros, que sea con nosotros. Vale decir que resultará muy conveniente que seamos parte del proceso de inclusión, que necesariamente debe producirse por vías normativas de orden general y particular.

Pero es necesario tener una visión gerontológica de la existencia humana; caso contrario caeremos en gruesos errores de interpretación acerca del proceso de envejecimiento, presente desde el milisegundo inicial de la gestación.

No se trata aquí de darles una clase de biología, pero sí entender que la niñez produce niños; la juventud, jóvenes; la adultez adultos… ¿Y la vejez? Dejo la respuesta obvia en sus mentes.

Si este proceso es naturalmente variable según los individuos, inevitable y sistemático, vayamos entonces a ocuparnos de quienes no nos ocupamos: de nosotros, los viejos.

¿Y cómo ocuparnos de los viejos si no es con nosotros mismos, los viejos?

Verbigracia de contradicciones: En las áreas de diversas jurisdicciones del Estado de la Juventud y la Mujer, son jóvenes y mujeres a quienes se les asigna la responsabilidad de conducir la aplicación de políticas de estado claramente definidas, potenciadas y financiadas.

Hay dos grupos etarios con quienes eso no ocurre: niños y viejos.

Veamos: los niños no tienen responsabilidad cívica como para hacerse responsable de sus actos… Otra vez dejo a su criterio el pensamiento emergente de la clase política respecto de los viejos.

Es el propio Estado – paradójicamente inclusivo-, el que nos excluye del poder decisorio al desactivar cuerpos consultivos, retrasar la creación de organismos como los parlamentos para el adulto mayor en la jurisdicción provincial y en algunos municipios, como sí tienen los jóvenes y las mujeres.

Las personas mayores, sujetos con necesidades a satisfacer -como principio rector de la sociedad inclusiva- son mucho más que individuos que claman por gratuidad de algunos servicios, tarifas diferenciales en otros, accesibilidad a los medicamentos, mayor celeridad en los trámites, protección jurídica, sanitaria y alimentaria.

Esos presupuestos se encuentran relativamente cubiertos.

Se debe mejorar y mucho aquello, pero también lograr que algunas actividades de esparcimiento, recreación, capacitación –sobre todo en el manejo  de dispositivos y la conectividad digital- no queden al alcance de apenas un puñado de personas mayores que se concentran en grandes ciudades y en pocos clubes de abuelos, un número infinitamente menor que los 160 mil mayores que habitan Misiones.

 Y no es todo, porque aún no se resuelve el tema de las viviendas para personas mayores (garantizado por leyes provinciales que el 3 % de las unidades construidas por el IPRODHA tenga ese destino) y que las políticas del Estado nacional para Personas Mayores alcance a todos y no solamente a los jubilados ANSES y beneficiarios PAMI.

Urge asimismo la elaboración y ejecución de programas prejubilatorios, para que aquellas personas que cesan en la actividad por razones de edad o enfermedad, y tienen beneficios previsionales, no vean acelerar el proceso de envejecimiento por pérdida de horizonte y proyectos de vida.

Quienes gobiernan esta provincia joven deben estar al tanto de que Misiones es una provincia envejecida.

Las convenciones demográficas consideran que un país es joven cuando menos del 10% de sus habitantes tienen 60 años o más. Cuando la proporción se ubica entre 10 y 19%, se lo considera envejecido. Bueno, en eso estamos.

Llama la atención la rápida tasa de envejecimiento para todo el continente.

Hoy, una de cada diez personas en la región es adulto mayor; para 2030 va a ser una de cada seis, y para 2050, una de cada cuatro. Para algunos países, especialmente en el Cono Sur, la tasa será aún más rápida. Este fenómeno obliga a que el tema de la vejez sea tomado en consideración para los objetivos del desarrollo sostenible hacia 2030. Si no, un segmento importante de la población se quedará afuera.

Algunos datos porcentuales para entender el fenómeno en Argentina: en 1990, los mayores de 60 años representaban el 8,92 % de la población; en 2000, 9,73 %; en 2011, 10,30 %; en 2021, casi 14 %. Y Misiones no escapa a ese contexto, con más del 12 % de personas mayores en su territorio.

La existencia de un solo hospital público monoclínico de geriatría en cuatro décadas desnuda una necesidad imperiosa de resolver ese déficit.

Observar la vejez desde sus dos dimensiones, edad cronológica y esperanza de vida restante, en lugar de una sola, nos ofrece una imagen más equilibrada del envejecimiento.

También es relevante que el desconocimiento del proceso de envejecimiento comience a revertirse desde el sistema educativo, donde no tenemos una mirada al futuro acerca de la vejez como estadio asequible. Las propuestas se siguen agotando con el interrogante clásico “¿qué quieres ser cuándo seas grande…?”. Hay muy pocas reflexiones acerca de qué seremos o cómo viviremos después de ser “grandes”; o sea, cuando seamos aún más grandes.

Si se tomara ese punto de partida, las mismas personas podrían tener, a su vez, otra percepción de sí mismos cuando llegue el momento del atardecer, planteado epistemológicamente por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung.

Quizás sea tiempo de que Misiones supere la etapa del desconocimiento y emprenda el camino de políticas públicas para adultos mayores con la certeza de que está todo por hacer y que los menores de 60 años (alrededor de 1.200.000 misioneros) irán por ese camino, porque… la tarde nos llega a todos. 

 

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