De Laila E. Daitter
“Una vez a la semana entraba a un mundo lleno de palabras invitada por la sonrisa amable de la señora de Rola. Ella, declamaba poesías como nadie. Usaba un tono pausado con su voz, hipnótica, que funcionaba como caricia para el alma, llenando de sentido cada verso. Al terminar el poema, ella abría una caramelera donde podía zambullir mi mano y elegir un dulce. En ese espacio habitaba la ternura. En cada visita, salía del libro, el “sapito glo, glo, glo”, de Conrado Nalé Roxlo, que nadie sabía dónde vivía y nadie lo había visto jamás, pero parecía despertar, sólo para jugar conmigo. El sapito no volvía a esconderse entre las letras, quedaba saltando en el jardín, detrás de las azaleas, o debajo del gomero o a veces dormido entre las hojas del banano, jugando a las escondidas durante toda la semana, hasta la próxima clase, donde volvía a entrar a un mundo lleno de palabras invitada por la sonrisa amable de la señora de Rola”…