Ser mujer no es sólo un dato biológico.
Nacemos hembra, pero ser mujer es más que lo anatómico.
Ser mujer es gestación y “fuente de vida”.
Es concebir de nuevo al mundo.
Nutriendo, criando, educando, siendo sostén y despertando a otros para crear una sociedad más inclusiva, empática, humana, solidaria y ecológica.
Ser mujer es sabiduría y paciencia maternal infinita.
Es protagonismo y perseverancia para construir lazos y puentes rotos.
Dar visibilidad a lo transparente, trayendo a la exiliada sin voz.
Es defender valores de integridad y humanos con entrega y valentía.
Es trabajar con intuición e inteligencia creativa para construir un mundo mejor para todos.
Todos nacimos de una mujer.
La desigualdad de género que existe hoy día en las sociedades del mundo está a la vista, aunque se mire para otro lado.
Y en muchas comunidades esta falta de equidad se naturalizó, lo que es peor.
Mujeres abusadas y maltratadas, silenciadas, invisibilizadas, vulneradas, explotadas, en todo tipo de modos de participación, por ejemplo, la vida familiar, pública, privada, laboral y política, con disparidad en salarios, accesos a puestos jerárquicos, derechos sexuales, reproductivos y derecho a la vida.
Hoy las mujeres seguimos siendo fuente de desigualdad, discriminación y abuso.
Hay países que nos descartan por el solo hecho de ser mujer, que al enterarse del sexo femenino durante la gestación abortan interrumpiendo el embarazo.
Apenas el 50 por ciento de las mujeres en edad de trabajar están representadas en la población activa mundial, frente a un 76 por ciento en el caso de los hombres.
En Argentina matan a una mujer cada 29 horas.
A igual tarea o función, jerarquía, puesto laboral el ingreso y beneficios del hombre supera un 75% por sobre el de la mujer.
Frente a una vacante laboral tiene más derecho el hombre que la mujer.
En situaciones de pobreza, la mujer tiene un mínimo acceso a la alimentación, la salud, enseñanza, capacitación, empleo.
Para lograr la igualdad entre el hombre y la mujer es necesario un cambio de paradigma.
“El amor no es suficiente para una sociedad que busca éxito y felicidad”, porque “Sin orden no puede haber amor”, Bert Hellinger.
El amor es como el agua, que sin un cauce o recipiente que lo contenga se desparrama.
Necesitamos recuperar el cauce del orden, en derechos, oportunidades y beneficios.
El mundo es sistémico, todo pertenece a algún sistema relacionado entre sí. Y como “sistema” social, cultural, religioso, político, económico, familiar, buscar estar en equilibrio justo, asistidos en derechos e igualdad en oportunidades y beneficios, sin que se excluya, desmerezca o se utilice a la mujer, es un deber ético-moral.
Porque el sistema (que fuere) reacciona de una generación a otra viéndose afectado por este desorden. “No hay peor perpetrador que una víctima con derechos”.
Bert Hellinger afirma que lo que ayuda a alcanzar la felicidad, es que cada cual esté en el modo y lugar que le corresponde.
Y en la vida adulta nos mantenemos sanos y fuertes porque intercambiamos entre iguales. Este es el equilibrio positivo y sano en el intercambio entre personas.
Pero, ¿Qué pasa cuando alguien se siente dañado, no reconocido o invisible por el otro género en una relación entre personas?
Las relaciones y vínculos entran en un equilibrio en negativo, en bucles de destrucción que se retroalimentan. La solución llega primero con el darse cuenta de este desequilibrio injusto, del no reconocimiento y respeto por la mujer. Con actitud y valor junto a estrategias asertivas, empoderarnos para recuperar nuestro lugar perdido. Con diálogo, hacernos escuchar, trabajar unidas para recuperar responsablemente de la parte que nos corresponde, actuar en consecuencia reestableciendo ese orden perdido.
Este orden sistémico permite que la vida fluya hacia adelante con equilibrio e igualdad, nos sentiremos más dignas, completas, felices y en paz.