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28 marzo, 2024
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¿Jugamos? | Por Tona Galvaliz

El juego cumple una función fundamental en el desarrollo del niño estimulando la capacidad motriz, afectiva, inteligencia, sociabilidad, creatividad e imaginación.

“Infancia: Perfume de trenzas, Pestañas de plumas, Mirada de duende, Voz de zorzal, Muñeca de trapo, Cuento de chanchito, Escape de lobos, Estrella fugaz, Infantil locura con tardes de embopa, bailes de escoba, miedo a yarará. Cada día, te busco, A veces, te encuentro y te digo en secreto: ¿Vamos a jugar?”, Laila Daitter.

Jugar no es solo cosas de niños; jugar es salud, nos rejuvenece y nos hace felices.

El juego no tiene edad; tiene muchísimos beneficios e implicancias para la vida contribuyendo en nuestro bienestar.

Durante los primeros años de vida ese mundo lúdico “el juego” nos ayudó a evolucionar, desarrollar y afianzar ciertas habilidades cognitivas, motoras, gestiones emocionales y vinculares incentivando la exploración, creatividad, confianza, para poder adaptarnos y comprender mejor el mundo con su entorno.

Cuando llegamos a adultos muchas veces sentimos vergüenza de jugar como lo hacíamos cuando éramos niños, creyendo que es una pérdida de tiempo y que ya no estamos para eso.

La diversión, la alegría y la risa son muy necesarias en nuestra vida, alivian el estrés, favorecen la buena salud, oxigenan y desintoxican la mente, el cuerpo, el espíritu y la vida misma.

Por eso el juego es una fuente de estimulación para todo el cuerpo, especialmente para el cerebro, encargado de procesos de gestión de creencias, emociones y experiencias.

Cuando el juego ya no es juego hablamos de ludopatía: juego patológico; esto representa una adicción, transformando el juego saludable en una dependencia compulsiva; concretamente en una enfermedad.

En esta nota me referiré puntualmente al juego sano.

Como mencioné anteriormente, el juego está asociado a procesos: de integración social, de salud integral, de educación y aprendizajes.

En qué nos beneficia jugar:

Promueve la relajación y el sueño, la creatividad, la imaginación, la capacidad para resolver situaciones y problemas; porque los componentes del juego son los mismos que los del aprendizaje.

Por medio de la alegría, la risa y sana diversión liberamos sustancias químicas como la dopamina, endorfinas y serotonina, llamados hormonas de la felicidad, reparadoras de la ansiedad, depresión y estrés, entre otras.

Como seres sociales, el juego favorece nuestra interacción social y durante el mismo desarrollamos y entrenamos diferentes maestrías como, por ejemplo:

La cooperación, la confianza, la escucha, atención, el respeto, concentración, la memoria, nos educa, ajusta la percepción, recrea la imaginación, favorece el reconocimiento del espacio, nos movemos, instruimos, adquirimos hábitos y conductas específicas, asumimos riesgos medibles.

A través del juego regulamos emociones, exteriorizamos nuestros temores y agrados, identificamos sentimientos, a celebrar victorias y asumir derrotas, tolerando mejor la frustración, aprendemos a ser pacientes, empáticos, etc.

Aprendemos a encontrar nuevas perspectivas y horizontes, diseñar estrategias, fortalecemos nuestra vitalidad y entusiasmo, experimentamos emociones positivas, ejercitamos sacar el drama, gravedad o complejidad a situaciones, siendo más realistas y objetivos, nos conectamos mejor con nosotros y los otros.

En definitiva, aprendemos a desarrollar todo tipo de actitudes, conductas y emociones que nos permitirán integrarnos mejor a la sociedad y ser personas más felices.

En las empresas, el juego fomenta el trabajo colaborativo, aumento de producción y rentabilidad, sentido de pertenencia, incremento de inspiración y realización, desarrollo de nuevas competencias, reeducación emocional, anti estrés, etc.

¡Cuando hay diversión y juego, todo es más fácil!

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