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28 marzo, 2024
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Alumno ejemplar: con 73 años terminará su secundario siendo abanderado

Rubén Darío Cúchero, de 73 años de edad, está cursando su tercer y último año de secundaria en el C.e.n.m.a Jesús María, de la Provincia de Córdoba. En este 2022, le tocará portar la bandera de ceremonias en el desfile del 25 de mayo. Un “gringo” de la Colonia que es padre de familia, ex camionero y colectivero, bailarín empedernido y ahora, un estudiante sobresaliente que, además, fue condecorado como Alumno Destacado por su promedio de 9.25 en 2021.

Rubén Darío Cúchero es un “gringo” hermoso que nació un 8 de mayo de 1949 y transitó su infancia y preadolescencia entre las vides del barrio Puesto Viejo, en Colonia Caroya, donde vivió junto a su madre, Alcira Ana Strasorier D’Olivo, ama de casa; su padre, Luis Alberto Cúchero Civilotti, agricultor y albañil; y su hermana menor, Ester, a quien califica como la viva imagen de la “mujer tana”.

Niño de campo

De sangre friulana, no puede evitar recordar cómo eran aquellos días en la Colonia: “Cuando venían parientes, mis padres hablaban en furlán. También entre vecinos”, cuenta Rubén, explicando que al día de hoy a él se le suelen mezclar las palabras en español con las del dialecto italiano, constituyendo, incluso, cierto desafío a la hora de volver a las aulas. Pero nos estamos adelantando.

Al momento de rememorar su infancia, un destello de picardía brilla en sus ojos y se le escapada una sonrisa que anticipa una anécdota:

“Mi vida ha sido como la de todo chico de campo: jugaba con amigos, con vecinos, hacíamos travesuras. En tiempos de la fruta, nosotros teníamos en casa, pero eran más ricas las frutas del vecino – cuenta y empieza a reír – La siesta era sagrada, pero esperábamos a que se durmieran los padres y salíamos. Sabíamos dónde estaba la uva de mesa, en qué parrales, y sabíamos que no había gente”, rememora como un niño.

La memoria es su mejor amiga, al punto que es capaz de mencionar a sus ‘cómplices en acción’: Los Rizzi, los Lóndero, los Pagnutti y los Brollo de Puesto Viejo, fueron algunos de los apellidos emblemáticos de Caroya que aparecieron entre las anécdotas. “En la barrita éramos Jorge, Analía, Graciela, Víctor y mi primo Nelson”, aclara y vuelve a reír.

Lo cierto es que una vez culminada la infancia y terminada la escuela primaria en el Centro Educativo Mariano Moreno de Puesto Viejo, sus padres resolvieron enviarlo de pupilo al “Instituto Técnico Salesiano Villada”, en La Calera, donde sólo curso dos años y luego pidió salir.

“No quería estudiar más ahí porque no me gustaba. Le dije a mis padres: ‘no quiero’ porque estaba encerrado y salíamos para las vacaciones, y me dijeron que o estudiaba o trabajaba y me fui a Buenos Aires”, con sus quince años en la mochila.

En aquel entonces, apareció la oportunidad de viajar a la capital para trabajar en una heladería durante la temporada alta y, así, entre viajes y algunas changas cuando volvía, pasaron los años hasta que llegó el Servicio Militar, el cual cursó durante ocho meses – pues fue dragoneante – en el Batallón de Comunicaciones 141 del Ejército Argentino, en La Calera.

Al salir, la vida de adulto lo encontró delante de un volante: se transformó en camionero y logró conocer Argentina, casi, de punta a punta: “Desde Santa Cruz hasta La Quiaca”, dice y se autodenomina “un trotamundo”.

El amor

Para sus 24, 25 años, la vida lo encuentra jugando al fútbol para el Club San Martín. El rival de aquella época: Falucho. Tras el encuentro, su amiga Sara Castro le presenta a la amiga que la había acompañado: Catalina Aguirre, joven jesusmariense que para aquella época juagaba al básquet. Fue amor a primera vista: el gringo se enamoró de la morocha.

“Cuando salí del partido, Sara me la presentó y desde ahí empezamos a tener esa chispa, y quedamos en vernos otra vez. Yo no la había visto nunca en los bailes, hacía un año que habían muerto los padres. Hasta el día de hoy es bella. Me gustó la forma de ser de ella y los pocitos en la cara (por los hoyuelos)”, dice mientras señala su rostro con sus manos y sonríe, todo enamorado como el primer día.

Y sí, se pusieron de novios. Unos cuantos años después, para los 30 de Rubén, ya estaba radicado en Jesús María, casado con Catalina (en los ’80) y, con los años, llegarían los hijos: Alexis Martín y Cristian Andrés. También el hijo y la hija del corazón, claro: el Cr. Julio Cuitiño y “la hija del contador”, Emilia, a quien reconoce como “mi adoración. Una ahijada del corazón. También son mi familia”, completa diciendo.

De transportista a bailarín

Rubén, que le dedicó treinta y cinco años de su vida a las rutas, entre camiones y luego colectivos – ya que debía hallar cierta estabilidad una vez casado y con hijos, dice – terminó retirándose de la actividad laboral y comenzó otro desafío que en su juventud no había podido concretar: aprender a bailar folklore.

Alentado por su esposa y amigos, allá por 2010, 2011, comenzó a bailar: “’No, estoy viejo’, decía, pero fui. Como me gustaba, enseguida aprendí los pasos. El profesor me dijo que iba a bailar en escenario y le dije que no, que nunca, y cuando competimos (en el Abrazo Tradicionalista de 2017), ganamos el primer premio (Pareja de Zamba categoría “Seniors”) para bailar en el Festival – de Doma y Folklore de Jesús María –“

Coronando la vida

Rubén es un hombre rico en la vida: su infancia fue feliz, goza de buena salud, una amorosa familia, grandes amigos, una trayectoria laboral llena de satisfacciones, trofeos artísticos y tantísimo más pero… sólo una deuda tenía en la vida: terminar la escuela.

Ni bien empezamos a hablar del colegio, su materia pendiente durante tantos años, la emoción lo envuelve: “Me faltaba hacer la secundaria”, dijo, en profunda emoción.

De hecho, fue su amigo, “hijo del corazón” y hoy, también docente, Julio Cuitiño, quien lo alentó a terminar sus estudios.

“Cuando la empecé a hacer, me agarró la pandemia en el 2020. Fui quince días. Ese año fue virtual”, dice Rubén, quien ya cursa el tercer y último año de Secundaria en el C.e.n.m.a adultos Jesús María.

“La escuela empezó a ser virtual. Para mí fue un martirio por el teléfono, después había que imprimir – los libros, manuales, material de consulta, etc. El contador – Julio – me imprimió las cosas, pero ese año lo hice a duras penas, aunque lo pasé”.

El desafío era de consideración, Rubén no tenía el contexto a favor: las nuevas tecnologías, sobre todo en tiempos de pandemia, parecían ponerle un obstáculo más en su añoranza de terminar “el cole” pero, aun así, trastabillando y con varios intentos de renunciar, encontró la forma de avanzar, con un fuerte empujón de su familia.

En el año 2021retomó la presencialidad y, allí, las cosas se tornaron más simples: “Me hizo un ‘click’ la presencialidad, me dio otra motivación porque había materias como matemáticas e inglés, que son difíciles, las que más me cuestan. La matemática de hoy tiene raíces, fracciones, ecuaciones”, dice, evidenciando las constantes modificaciones de los planes de estudios y modalidades académicas desde su juventud a la actualidad.

“Mi mente está en otra. En matemáticas no hay nada de memoria, es todo mente. Pero me va bien”, termina diciendo.

“Otra alegría más es que la Municipalidad me dio una condecoración por ser alumno destacado 2021, por buen promedio (9.25) y después, la otra alegría, fue cuando me llamaron desde el directorio para nombrarme abanderado. Soy abanderado del colegio y el 25 tengo que desfilar. Mi señora y chicos sabían de antes pero no me quisieron decir. Lo mismo cuando cumplí 70 años, me hicieron llorar todo el día”.

Legado y mensaje

“Son las cosas que no pude hacer en mi juventud. Por ejemplo, el baile, me gustaba el folklore, pero nunca nadie me dijo ‘vamos, vamos’. Después de grande vengo a satisfacer mi vida. La tenía formada con la familia, pero me faltaba eso – terminar la escuela -. Eso y el baile: haber bailado dos años seguidos en el Festival y ahora ser abanderado, es el orgullo más grande”.

“A los más viejitos, les digo: hagan lo que les gusta, que les de satisfacción, que lo hagan de buena manera, no por obligación. Lo mismo a la juventud: estudien. Nunca está de más. Para el día de mañana ser alguien, tener un futuro, la educación te da otras formas, te da cultura. Yo me siento bien y agradezco a Dios todos los días por darme un día más para aprender”.

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