Markus Wettstein, catedrático de la Universität Heidelberg de Alemania, quien lidera el Departamento de Investigación sobre el Envejecimiento Psicológico, Network Aging Research, y es parte activa del Instituto Alemán de Gerontología, advierte que, mientras “por un lado nuestra mente nos juega la mala pasada de hacernos olvidar los años más crudos de pandemia, por otro estamos en medio de uno de los procesos más acelerados de avejentamiento global del que tenemos memoria en la era contemporánea”.
Justo en tiempos donde se estaban redefiniendo los conceptos de tercera edad, en virtud de la nueva modalidad que adquirieron los 60, como una década activa, ocupada, con actividades laborales y de ocio que colocaron a los sexagenarios en una etapa plena de sus vidas; la pandemia derrumbó lo que era considerado una nueva forma de entrar en años, lo que se llamó envejecimiento activo.
“Justo previo a la pandemia -cuenta Wettstein a este medio-, en parte producto por la dinámica de la vida moderna de las generaciones más jóvenes, los adultos que empezaban a retirarse, o incluso siguiendo con sus actividades profesionales, pero ya liberados de hijos o de las preocupaciones económicas de la juventud, empezaron a retomar los caminos que habían abandonado, pero que eran muy deseados. Nunca como en estos tiempos habíamos visto adultos involucrados en nuevos proyectos, estudiando de nuevo, alcanzando nuevos grados académicos, preocupados por su salud alimentaria y física, involucrados en tecnología o seducidos por iniciar nuevos vínculos personales. Pero, el coronavirus llegó para voltear de una cada clava del bowling personal”.
-¿Es sólo una percepción de nuestra inestabilidad emocional de tránsito de pandemia, o realmente hemos envejecido proporcionalmente más?
-Aunque en algunos casos suena a liberación de aceptarnos como somos, las canas y las arrugas empezaron a aparecer con una dinámica más veloz de lo que notábamos. Esto es, al menos, lo que expresan nuestras encuestas. Pero hay una gama de moderaciones en esas expresiones. Hemos pasado mirándonos más que de costumbre. Hemos notado y registrado cambios que los tiempos acelerados de la prepandemia no permitía percibir. Pero, a la vez, es cierto que la aislación social, el estrés traumático y pos traumático, los dolores personales y comunitarios, la pérdida de los proyectos y la dura posibilidad de reproyectarlos ha devenido en un envejecimiento acelerado respecto de lo previsto. Así como los especialistas en infancia advierten sobre los retrasos madurativos en diferentes gamas de crecimiento de los niños, los especialistas en gerontología nos sorprendemos con la aceleración de los procesos de decadencia.
-¿Se refiere a todas las edades, o involucra sólo a los más mayores?
-Hablamos aquí de mayores de 60 años, pero una de las preocupaciones que expresaron los adultos de esta edad y más, no sólo se limitó a observarse a sí mismos, sino que tuvimos muchas referencias de preocupación por sus hijos y síntomas que detectaban más cercanos a edades maduras como tristeza, desasosiego, depresión, ausencia de interés, desconexión emocional, desgano… todos elementos que, por lo común, los especialistas en adultos mayores percibimos, sobre todo a partir de la última década de registros, bastante avanzados la década de los 60 años. Es interesante tomar un estudio que realizó este año el centro Stony Brook de Nueva York que puso el acento en hacer un paralelo en lo que sucede con los líderes políticos cuando asumen sus cargos y el nivel de deterioro que representan en tiempo relativamente corto. Ese informe vino a demostrar empíricamente cómo las personas en pandemia registraron en sus cabellos, piel, flexibilidad y fortaleza muscular, además de en situaciones cognitivas básicas, deterioros que, en proporción, se asemejan a los que registran aquellas imágenes de los mandatarios. De hecho, han calculado, que el promedio de envejecimiento rondaría una proporción de 3 años en 12 meses.
-¿Es producto de percepciones o de realidad?
-Todo comienza con el estrés. Ya los especialistas lo han definido como el modo en que las personas enfrentan los sucesos que atraviesan, de modo que esas reacciones son muy personales. Seguramente si yo tuviera que hacerte una entrevista estaría aterrorizado, pero esto es cosa de todos los días en tu trabajo. Por ello, tampoco puede establecerse un parámetro general para toda la población. Además, la experiencia del estrés difiere en cuanto a una cantidad de variables que hace complejo tomar muestras de comportamiento. Al mismo tiempo de contar con formas diferentes de enfrentar a un león que ataca, también es diversa la reacción de quien tiene armas, experiencia, formación, recursos. Es decir que cuestiones como el nivel socioecnómico, los otros tipos de dificultades que se enfrentan además de la pandemia, la formación, la red social, los servicios de salud, los mensajes de los gobiernos, todas son variables que impactan en el modo y cantidad de cortisol que libera un sujeto. Esa es la hormona del estrés. Su accionar, mantenido en el tiempo, produce una catarata de efectos negativos en las personas: desde el afinamiento y pérdida de color en el cabello; disminución en la tonicidad de la piel lo que incrementa las arrugas, distorsión en los ciclos de sueño, problemas de peso, cuestiones psicológicas asociadas como la preocupación desmedida o los ataques de pánico y, claro, situaciones mucho más graves como afecciones cardíacas o aparición de tumores. Frente a esto, entonces, diría que es trascendente visualizar que los efectos son reales, pero el origen parte de la percepción: es decir de aquello que creemos que pasa.
-Pero la pandemia ocurre, no es que sólo la percibimos
-Por supuesto. Por ello aparece el real envejecimiento acelerado. Pero también sabemos que ese incremento puede o no ser mayor gracias a lo que pensamos que pasa. Si estimamos que es más grave de lo que es, o si nos hacemos eco de todo lo malo que sucede (que, por cierto, es real. Las muertes sucedieron), el aceleramiento será geométrico. Se ha demostrado que el estrés por tiempo prolongado y constante acelera el envejecimiento. Ya pasamos el año y medio de pandemia y eso es mucho tiempo para que las personas sostengan el estrés crónico sin impacto en el deterioro. El estrés es, en definitiva, la sensación que nos alerta del peligro. Sencillamente hemos permanecido en ese estado de peligro de lucha o de escape por demasiado tiempo, con ritmo acelerado y excesivas ganas de escapar de lo que nos pasa por meses. Se percibe el agotamiento y el hartazgo. No es extraño que todos nos sintamos más mayores de lo que nos hubiéramos sentido si no hubiéramos atravesado el trauma que significa la pandemia a nivel global. La pandemia nos está envejeciendo, pero si nos percibimos diferente, podemos detenerlo.
-Esto se condice con los datos de la Encuesta de Envejecimiento de Alemania, donde detectaron la percepción de juventud como una especie de protección frente al envejecimiento.
-Exactamente. Aunque nuestra muestra está en curso hace más de una década e intenta ir analizando los procesos de envejecimiento desde todas las áreas posibles, en este tiempo nos permitió verificar que la forma en que nos vemos habla mucho de la manera en que envejecemos. En nuestro documento examinamos el cambio relacionado con la edad en tres dimensiones de la autopercepción del envejecimiento: percepciones de pérdidas físicas, pérdidas sociales y desarrollo continuo. Los participantes tenían edades comprendidas entre los 40 y los 85 años al momento del ingreso al estudio y fueron seguidos por 21 años. Se examinaron predictores específicos de los cambios observados relacionados con la edad de cada persona. Los resultados mostraron un cambio significativo no lineal relacionado con la edad para las tres dimensiones. Específicamente, a partir de los 65 años, los participantes mostraron aumentos relacionados con la edad en las percepciones de las pérdidas físicas y sociales, y los aumentos se hicieron más pronunciados en la vejez.
-¿En qué momento comienza a pesar la percepción de juventud?
-A partir de los 55 años aproximadamente. La disminución en las percepciones se hizo cada vez más pronunciada después de los 70 años. La región de residencia fue un predictor significativo. Las variables relacionadas con la salud (es decir, número de enfermedades crónicas o estado de salud autoevaluada), el bienestar afectivo (es decir, afecto positivo y negativo) y las medidas de integración social (soledad) fueron predictores significativos específicos de cada persona. Las variables relacionadas con la salud tuvieron su asociación más fuerte con las percepciones de pérdidas físicas, mientras que el afecto negativo y la soledad tuvieron su asociación más fuerte con las percepciones de pérdidas sociales. El afecto positivo tuvo su asociación más fuerte con las percepciones del desarrollo continuo.
Fuente: Infobae