El cuento ‘’Siempre que llovió paró’’ de nuestra querida amiga y promotora de la lectura en nuestro programa Laila E. Daitter fue mencionado en el programa ‘’Gotitas de Amor’’ emitido por Radio Tribuna Abierta Online(New York – Estados Unidos) – www.tribunabierta.info
Siempre que llovió paró
de Laila Emilia Daitter
Siempre que llovió paró decía Elena, cada vez que el mundo se le caía encima. Las lluvias de su vida nunca fueron tenues para ella. Eran más bien de esos temporales que arrancan de raíz hasta los cedros milenarios. En más de una de aquellas tormentas, muchas veces quedó a la intemperie, sin paraguas y sin abrigo. Pero ninguna de aquellas granizadas la derribaron. Sin embargo ese día, la noticia la hizo temblar.
De repente se olvidó de todo. Olvidó que había puesto agua con laurel y limón para el hígado. Ese hígado que tantas veces le advertía que aflojara con los chocolates, ahora le anticipaba sobre la noticia que acababa de escuchar, porque sería difícil de digerir. Olvidó que tenía pacientes que atender esa tarde, ella misma se acababa de transformar en paciente. Olvidó que debía subir al auto para buscar a su hijo, aunque hubiera querido manejar sin rumbo durante horas. Olvidó que el plomero vendría a arreglar la pérdida de agua, en cambio dejó correr el agua salada de sus lágrimas. Olvidó que las hormigas se estaban comiendo las rosas, como sentía carcomido su pecho. Olvidó la lista del supermercado pero recordó la lista de sus deseos pendientes. Olvidó la cuenta que hoy vencía. Vencer, eran un verbo que no sabía conjugar.
Se metió en la ducha, necesitaba abrir y cerrar el grifo. Ver ir y venir la lluvia. La espuma del jabón arrastró el llanto por sus pechos y se quedó mirando como queriendo ver si una mancha de dolor se iba por la rejilla.
Dos días después tuvo que enfrentar el tajo profundo en su mama izquierda. Luego vinieron más huracanes que sobrellevar. Rayos. Quimio. Peluca. Venas explotadas de veneno. Llegó un momento en que empezó a darse por vencida, así como nunca, empezaba a conjugar el verbo que no sabía usar: Yo me venzo. Estoy vencida.
Esos días se cayó a pedazos. Cada mañana sentía que debía juntar pieza por pieza para poder subirse al mundo. Pero entonces, cuando ya arrastraba los pies, algo se encendió en ella. Lloraba seguido, se lo permitía, por primera vez no le importaba lo que los demás pensaban. Dejó el reloj y comenzó a salir sin rumbo, sin medir el tiempo, como quien mira la vida por primera vez. Disfrutó admirar las plantas de un vivero y de probarse ropa cómoda para caminar. Recordó que de adolescente amaba la poesía, se compró un cuaderno y comenzó a escribir. Llamó a su hijo mayor, habló con él contándole sus miedos y él escuchó, atento, como nunca antes lo había hecho. Buscó a sus amigas, comenzó a visitarlas seguido. Notó que se reía con más facilidad que antes. La garganta ya no anudaba palabras porque las decía.
De a poco fueron resbalando los dramas. Ya no era importante la gotera del techo, ni el empapelado viejo. Ya no corría llevando a sus hijos de aquí para allá como un taxi. Tampoco se ocupaba de todas las cosas rotas de la casa, ahora la rota era ella. Por eso dejó por un tiempo el consultorio para atenderse. Dormía más. Comía mejor. Se daba largos baños dejando correr la espuma por la herida, mirando cómo el agua arrastraba cada gota de amargura y se quedaba sólo con los sueños por cumplir.
Llegó diciembre, en vísperas de navidad su cuerpo, como un milagro, comenzó a cambiar. Se sentía mejor. Las ojeras empezaron a suavizarse. La piel ajada se puso más tersa. Ya no sentía el estómago revuelto.
El día de la fiesta se vistió de rojo, rellenó el corpiño para que luzca el escote, notó que el pelo corto le sentaba bien. Se puso unos aros largos como gotas de lluvia. De lejos se escuchaba a los hijos organizando la cena. En la mesa de luz, un sobre de la clínica decía que no había rastros de células malignas.
Se miró al espejo y se dijo a sí misma: “Viste Elena, te lo dije: “Siempre que llovió, paró”.
De la mano de Prince Ausgten. Escuchá la nota radial en: