[dropcap]P[/dropcap]ara la mayoría de las personas, el verano es un momento deseado. Casi 90 días donde la prolongación horaria de la luz del sol eleva el ánimo, propicia el encuentro, las ganas de salir y te pone de inmediato en modo mental vacaciones (aunque algunas semanas te encuentren trabajando). Todo parece indicar que alcanzar la felicidad es perpetuar este clima que te hace andar con poca ropa y con una linda sonrisa.
Si sos amante de esta época, fantaseás con prolongar esa sensación de liviandad el resto del año y soñás con que no se acabe más. Hasta que llega un día cuando la temperatura sube a 30 grados a las siete de la mañana, para terminar a la tarde con una sensación térmica de quién sabe cuánto. Y ahí es cuando aparece la contracara de todo aquello que tanto creías que habías llegado a amar.
Te ponés irritable, te agotás ante el mínimo esfuerzo, sentís pegoteo, sequedad, incomodidad, falta de energía. y ¡un calor agobiante! Poniendo un poco de concentración en lo que comés y bebés, tenés la posibilidad de sumar energía aunque el sol insista en tratar de evaporarte.
Poné la caldera interior en stand-by
Si a un amigo se lo ocurrió hacer una cena temática mexicana y cocinó para todos unos tacos picantísimos más unos tragos con tequila, no hace falta ser vidente para anticipar un malestar en puerta y una boca llena de fuego. El verano no se lleva bien con muchas cosas y resulta conveniente conocerlas para pausarlas por esta temporada. Los alimentos que calientan el cuerpo de manera interna funcionan bárbaro para el frío, pero en verano producen ardor y un pasaje directo a sentirte desanimado. El picante, el jengibre, el ajo y la cebolla son algunos ejemplos de ingredientes a evitar. Y si tus deseos están más cercanos a destapar una cerveza bien fría, sabé que el alcohol aumenta el riesgo de tener un golpe de calor, además de la pérdida de líquidos (es decir, más ganas de ir al baño), logrando que te deshidrates más rápido. Si preparás viandas para la playa, evitá los alimentos que no pueden estar mucho tiempo fuera de la heladera. Los huevos, la mayonesa, los fiambres y los lácteos es mejor reservarlos para otra ocasión puertas adentro.
Menos es más
Memorizá esta palabra: anticipación. Si la ponés en práctica y corregís tu dieta vas adaptando al organismo a asimilar progresivamente las altas temperaturas. “Lo mejor es alimentarse en menor proporción y con mayor frecuencia. Cuatro comidas diarias más dos colaciones, con una distancia aproximada de dos o tres horas entre ellas, es la ecuación ideal. Sumar verduras frescas y frutas es esencial porque todas aportan minerales y vitaminas fundamentales para sentirse bien. Pero como también necesitamos energía no tenemos que olvidarnos de consumir hidratos de carbono complejos como, quínoa o arroz integral, que combinan bárbaro con una ensalada. De esta manera se favorece la digestión y se evita la sensación de pesadez”, explica la nutricionista Irina Sedziszow, de la Clínica Cormillot.
Agua que sí has de beber
Otro aspecto que remarcan los especialistas es la necesidad de romper con el mito de tomar agua ante la sensación de sequedad en la boca: “Si esto sucede ya es un síntoma de deshidratación”, confirma Sedziszow. “Hay que beber entre dos y tres litros diarios como hábito continuo, cargando siempre con la botella donde vayas, incluyendo especialmente a los chicos y a los adultos mayores.”
Si te aburre tanta agua, saborizala con rodajas de frutas como naranja, limón o maracuyá, o tomá infusiones frías como tés helados o tereré. Los licuados frutales, o los llamados detox, son buenas opciones para una ingesta ligera y poderosa, llena de nutrientes. Obviamente lo mejor es tomarlos recién hechos, rebajándolos con agua mineral o hielo.